miércoles, 17 de agosto de 2011

Pilar Serra Ribas, enfermera en Madrid: "En Formentera, me ahogaba".


Es hija de un marinero formenterense que cambió el mar por un taxi y de un ama de casa con diez niños. Nació en la isla, en 1956, cerca del Estaing des Peix, en el puerto de las Salinas. “Formentera –una isla de 115 kilómetros cuadrados–, era entonces una maravilla –recuerda Pilar–. Por eso, cada vez que la visito, me entra pena de verla como está”. Pilar Serra fue muy feliz en el entorno en el que creció. Aunque, en los últimos cuarenta años, la isla ha cambiado por completo y, cuando la visita, durante las vacaciones, le cuesta reconocerla como era antes. “La isla está hoy más sucia que durante mi infancia –se lamenta– y la mayoría de la gente ha vendido sus terrenos. Todo está en manos de los alemanes que no se mezclan con los isleños”. De su juventud recuerda cómo sólo una minoría de isleños que querían ampliar sus estudios podía desplazarse a Ibiza o a Barcelona. “Pero ahora, que tienen medios y que podrían estudiar algo –reconocía en 1999, cuando la entrevistamos–, prefieren olvidarse de ello y trabajar en el turismo o en lo que salga”. Al contrario, ella quiso descubrir el mundo de fuera y vivió dos años en Barcelona y el resto en Madrid, en donde habita en la actualidad.

- ¿Recuerda su infancia en la isla?

- ¿Cómo no la voy a recordar? Formentera era entonces, pese a la miseria en que había quedado tras la guerra, un pequeño paraíso. Recuerdo mis salidas de casa y la pureza de sus playas. A mí me gustaba mucho salir e hice incluso de guardiana de alguna pareja. Cuando salía un chico con una chica tenían que llevar 'carabina’ una tercera persona que vigilaba a las otras dos. Yo hacía de ‘carabina’ con mis hermanas. Pero debía ser muy tremenda porque siempre que podían evitaban mi presencia.

“A los doce años, me marché de la isla”.

- ¿Cómo se le ocurrió salir de su isla?

- Es que yo tengo el espíritu muy aventurero. Ya de joven, sabía que no podía quedarme porque mi carácter no es de la isla. Allí, la mujer es muy apocada y aparentemente sumisa. Veía que mi forma de ser no encajaba mucho con la de aquella gente. Al tener muy pocos años, empezaron a venir los hippies y los norteamericanos que habían huido de la guerra del Vietn Nam. En una ocasión en que mi hermano y yo veníamos de la escuela, vimos, de pronto, un hombre que no era de la isla y tuvimos mucho miedo. Llegamos a casa con la lengua en los pies del susto que teníamos.

- ¿Tanto les asustaban los hippies?

- Mi padre, que era taxista, había cogido gratis a alguno de ellos. Pero nosotras éramos todavía muy pequeñas. Sin embargo, empezábamos a tener contacto con los turistas, cuando venían durante el verano.

- ¿De qué nacionalidad eran?

- Eran franceses y belgas. Precisamente yo estudiaba francés y me entendía con algunos de ellos.

- ¿Cuándo abandonó la isla?

- A los doce años. Me marché a Ibiza para poder estudiar y volvía los fines de semana. Yo quería ser azafata o enfermera. Pero azafata no podía serlo por no llegar a la estatura reglamentaria. Así que, cuando terminé el bachillerato, me fui a Barcelona a estudiar enfermería. Era una carrera media de tres años. Estudié dos en Barcelona y el resto, en Madrid. Tenía 23 años cuando terminé.

- Y se puso a trabajar…

- En el Hospital de “El 12 de Octubre”, de Madrid, con suplencias. También trabajé durante el verano en el botiquín de una piscina municipal. Me comentaron que en el hospital del Escorial había plazas fijas. Fui allí y me contrataron. Empecé ganando 50.000 pesetas. Casi no me llegaban ni para los desplazamientos. Cuando terminé la carrera, eché una instancia para hacer unas oposiciones en la Aisna (Administración Institucional de la Sanidad Nacional) y, estando en el Escorial, hice las oposiciones y aprobé. Pero, como en la carretera de la Coruña había cada vez más tráfico, pedí el traslado en Madrid y me lo concedieron.
En la administración general de Administración Pública.

- ¿Y allí se quedó, de enfermera?

- Estaba en un centro pequeñito que lleva el tema de Salud Pública, concretamente vacunación en los colegios, que pertenecía a la Dirección General de Salud. Y cuando se cerró, me mandaron a servicios centrales de Prevención y Protección de Salud que depende de la Administración General de Salud Pública, en donde sigo.

- ¿Qué clase de trabajo hace?

- Son programas de prevención. Está el de Minusvalía, el de la Mujer, el de Vacunación... Se compran a los laboratorios las vacunas para niños. Es un programa de oficinas que lleva temas de salud.

- ¿Y no ha pensado alguna vez en volver a Formentera para continuar allí su trabajo?

- En Formentera hay un Centro Médico que atiende urgencias y medicina en familia, pero no hay especialistas, con lo cual, en el momento en que hay una urgencia que no puede ser atendida, el enfermo es trasladado a Ibiza en un helicóptero. Y el enfermero o enfermera, o el médico, dependiendo de la gravedad del paciente, tienen que ir con el enfermo en el helicóptero y volver, cosa que a mí me da miedo. Eso de encontrarme volando sin notar los pies en tierra firme es una inseguridad que me causa pánico.

- Y sin embargo le encanta viajar.

- Una de las razones por las que salí de la isla es porque me ahogaba en ella. Necesitaba vivir en cualquier parte del mundo sin sentirme encerrada.

- Y en Madrid, no se siente usted en una isla…

- En Madrid vivo en un barrio pequeño, pero esto tiene otras ventajas. Aquí cada cual hace su vida y conozco a los vecinos... Me siento muy bien, como me sentí muy bien en Barcelona. En realidad, me siento bien en cualquier parte en donde no se inmiscuyan en mi vida personal o privada, y en donde no tengas que seguir unos cánones de comportamiento impuestos por la tradición, que es lo que pasaba un poco en Formentera.

- Pero aquí no habla usted nunca en formenterense. ¿O sí?

- ¿O en payés? Sí, claro, con mi hermana, mis parientes y con mis amigas de la isla.

- Y, pese a todo, ¿sigue visitando Formentera?

- Siempre que puedo, de vacaciones, pero no en helicóptero. La última vez que fuimos a Palma nos tocó un avión de hélices, un Faulker. No quería subir, pero al fin lo hice. Menos mal que, a la vuelta, fui en Iberia.

- ¿Nota usted los cambios habidos desde que abandonó la isla?

- Por supuesto. Mis relaciones en Formentera se limitan a mi familia. En cuanto al resto de la gente ya no sé cuál es el comportamiento que siguen. Me imagino que las tradiciones siguen existiendo. Pero yo creo que la gente algo ha evolucionado. Algunos, si no están bien con sus parejas, se divorcian y esas cosas se van viendo cada vez con más frecuencia. Pero lo peor que encuentro es el medio ambiente. Hay muchísima más gente, sobre todo en verano. Cinco o seis veces más que cuando yo vivía allí. Y las casas están muy desperdigadas en chalets aislados. La mayoría de la gente ha vendido sus terrenos y está todo en manos de los alemanes que no se mezclan con los isleños. Ahora empiezan a ir los italianos. Yo recuerdo que el 12 de octubre, que es la fiesta del Pilar, íbamos todos con la comida a La Mola, que es la parte más alta de la isla. Comíamos en el bosque y no dejábamos absolutamente nada en el suelo. Se tenía un respeto por lo ajeno. Más que el que tenemos en Madrid. Pero eso hoy ha desaparecido. Ahora está la isla más sucia. Y la gente no está preparada para ello. No ven el pasado mañana. Sólo el hoy.

- Durante la Guerra Civil fue tristemente famoso el campo de concentración que estaba a la salida de La Savina.

- Allí estuvieron detenidos muchos presos hasta después de la guerra. Había un barracón o dos y unas paredes que lo circulaban. Parte del mismo es de un señor que lo intenta vender, pero nadie lo compra por el hecho de que allí murió mucha gente.

- ¿Y no tiene miedo de que un día, cuando regrese a su isla, se la encuentre en posesión de los alemanes?

- Existe una contradicción que llevo fatal: de un lado, la gente intenta mantener las costumbres de la isla; del otro, la mayor parte de la isla está vendida. Yo entiendo que, en cada sociedad, hay cosas buenas y cosas malas y hay que coger lo bueno de cada sitio y desechar lo que puede no gustarte por tus ideales o tu forma de ser. Pero hay mucha isla vendida. Y zonas a las que ni voy, como Punta Prima, bloques de apartamentos de lujos, Mariland, en donde hay un hotel con forma de una caja de cerillas. Yo creo que, antes de crear nuevos hoteles, se deberían acondicionar y reestructurar los que hay, pero esto cuesta mucho dinero y prefieren hacer nuevos.

- ¿Qué hará cuando se jubile: quedarse en Madrid o volver a Formentera?

- No lo sé. No me lo he planteado todavía. No sé cuál va a ser mi futuro. Pero no me importaría volver a la isla.

- ¿Volverá a ella cuando muera?

- Me es indiferente. Al fin y al cabo, una se convierte en un cuerpo inerte. No tengo ninguna prisa ni necesidad de que me entierren ahí. Me identifico más con cualquier mar que con una isla.

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