domingo, 31 de julio de 2011

Luis Miró-Granada Gelabert. Ex sub Director General de Producción Agrícola.



El 14 de abril de 1925, seis años antes de que surgiera la Segunda República española, nacía, en Palma de Mallorca, Luis Miró Granada Gelabert. Sus antecesores habían formado la Casa Granada, dedicada a negocios navieros, seguros marítimos y comerciales. Sus antepasados familiares eran marinos y navieros que crearon La Empresa Mallorquina de Vapores, la primera gran compañía de este tipo. “Mi abuelo –nos contó Luis Miró-Granada cuando le entrevistamos, en mayo de 1998– todavía hizo muchos viajes a América en barcos de vela de La Casa. Normalmente, hacían el trayecto hasta Puerto Rico y Cuba; luego, subían un poco por la costa oeste de los Estados Unidos y cruzaban el Atlántico. A veces primero iban a Inglaterra, daban la vuelta y llegaban a Palma o Málaga Barcelona Palma”.

Con la pérdida de la Antillas, en 1898, todo este mundo se fue desmoronando y siguió por otros caminos. Pero Casa Granados fue de las primeras que trajo de América petróleo para el alumbrado. Tenían la delegación de la Trasatlántica, la de la Marítima de Mahón y Seguros pero, con la Guerra Mundial y la Guerra Civil Española, todo se fue desvaneciendo o tomando distintos cauces. Al constituirse el monopolio, ofrecieron al padre de Luis entrar en Campsa y en entidades nuevas que se iban creando, pero él prefirió su trabajo familiar. Sus últimos treinta años de vida los dedicó a altos puestos administrativos en Gas y Electricidad (G.E.S.A.) y fue consejero del Gas de Mahón.

El ingeniero agrónomo, Luis Miró Granada Gelabert, fue Subdirector General de la Producción Agrícola, vocal del Consejo Asesor del Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas, vocal del Consejo Superior de Transportes Terrestres, y desempeñó otros muchos cargos. Antes de retirarse fue Presidente del Consejo Superior Agrario.

“Yo fui el tercer hijo, de los cuatro que componían la familia. Estudié en las Agustinas y en la Salle. Tengo un excelente recuerdo de aquel colegio regido por los hermanos franceses, magníficos pedagogos, con su cabeza cartesiana. Hice el ingreso en la Escuela de Ingenieros gracias a las buenas matemáticas que ellos me enseñaron”.

- Empecemos con su juventud, amenazada, como tantas otras, por la Guerra Civil.

- Recuerdo cuando se inició la Guerra. Y los primeros bombardeos, cuando estábamos en el Arenal. Arrojaban unas bombas de pequeña potencia y todo el mundo se refugiaba en los cellers, las bodegas que había debajo de las casas. Una de ellas cayó sobre el Instituto de Palma.

- ¿Cuáles eran sus grandes aficiones?

- El mar y el campo. Pero, condicionado por las gafas que llevo desde los cinco años, mi vista me impedía irme a la Marina. En cambio, me encantaba perderme con los payeses cuando hacían sus labores, la trilla o la extracción del aceite, o irme por la marina de Lluchmayor a cazar o a dar largos paseos. Como no tenía aptitudes para lo primero, opté por los estudios de Ingeniero Agrónomo. En el 1943, tuve que desplazarme a Madrid para estudiar Agricultura. Tras cuatro o cinco años, aprobé el ingreso en el 48. Terminé en 1954, con el número uno de la promoción.

Enamorado de las dehesas.

- ¿Cuál fue su primer proyecto?

- Lo hice de la mano del Instituto Nacional de Colonización que luego se llamó Iryda y ahora Estructuras Agrarias. Hice el proyecto de puesta en riego en unos sectores de la zona de Bárdenas Reales, que es la parte norte de Zaragoza, una zona semiárida. Coincidí en el tiempo en que se hicieron todos los riegos de Monegros y con el inicio del Plan Badajoz. Después, fui destinado al Ministerio de Agricultura e inicié los trabajos del nuevo servicio de Fincas Mejorables, en un momento en que había aún gran déficit de alimentos, especialmente de trigo. Me nombraron Ingeniero de este servicio. Fue de 1955 a 1957. Anduve mucho por Sierra Morena, por los Montes de Toledo, por Palmitares de Sevilla y por las Marismas del Guadalquivir. Intentábamos buscar terrenos en los que se pudiera labrar y aumentar nuestro cupo en la llamada “batalla del trigo”. Cuando la cosa se normalizó, las tierras que se habían roturado y que eran de baja fertilidad volvieron otra vez a lo que eran pastos o montes. Fue en estos tiempos de cartillas en que alcanzamos el cien por cien de nuestras necesidades en materia de cereales. Ya entonces, me enamoré de lo que son las dehesas. Son mi gran chifladura.

- ¿Qué otros servicios llevó a cabo?

- De 1957 a 1962 pasé a encargarme de los servicios de Mejora Forrajera y Pratense, y de 1962 a 1965 fui jefe de Delegación ante la F. A. O. (Organización para la Agricultura y la Alimentación), en el Grupo de Trabajo sobre Forrajes Mediterráneos, y profesor encargado de Cátedra en la ETSIA (Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomo). Tratamos de mejorar áreas de pastos así como la cabaña y la producción animal. Durante diez años, me dediqué a todo esto y me recorrí toda España. Empezamos a hacer los primeros estudios de ecología y las bases para establecer nuevos tipos de agricultura, y a traer de Argelia, de los Estados Unidos y de Australia, nuevas especies y variedades para siembra. Ellos lo enfocaban para evitar grandes tormentas de polvo en la zona del medio Oeste. Hacían una cubierta vegetal y, a la vez, sujetaban un poco el terreno, impedían que se levantaran las enormes nubes de polvo y daban más recursos a las ganaderías. Lo digo por lo que vi en los cuatro meses que estuve en los Estados Unidos, en 1958, con un programado llamado “International Cooperation Administration”.

- ¿Qué más aprendió allí?

- Sobre todo, lo que no hay que hacer. No hay que perder tiempo en cosas que luego no te van a servir para nada en tu propio medio. Estudiamos muy bien las situaciones ecológicas en toda España y vimos qué tipo de especies y de variedades de plantas podían ser objeto de cultivo. En el Norte, era relativamente fácil. En la mitad Oeste, que es de suelos silíceos y ácidos y de vegetación más pobre, tuvimos los principales problemas. La solución, en buena parte, fue con el trébol subterráneo. Había variedades capaces de ser cultivadas. Tuvimos que escoger las más adecuadas para adaptarlas, según la situación de más o menos frío, lluvias, profundidad, etcétera. El Centro de Investigación Agraria de Extremadura trabaja en la selección de tréboles nativos para su cultivo.

El almendro y el algarrobo mallorquín.

- ¿Cómo estaba la agricultura mallorquina en los sesenta?

- En secano, estaba muy condicionada al casi monocultivo de almendro, higueras, algarrobos, y asociada a los cultivos herbáceos. Se hacía con frecuencia una rotación de cuatro años: el primero, de barbecho con parte de leguminosas, como habas; el segundo, el cereal rey, el trigo; el tercero, un cereal, avena, para ganado, y un cuarto año que generalmente eran pastos naturales aprovechados por el ganado.

- ¿Y había lo suficiente para la isla o tenían que importar?

- Siempre fuimos deficitarios en cereales por limitación de superficie. Se labraba muy bien. El campo estaba cuidadísimo. Era una gloria ver aquellas fincas. Al contrario de hoy en que todo está muy descuidado. Los árboles no se reponen cuando mueren, no se podan convenientemente ni en los turnos que toca.

- ¿Qué se hacía con el algarrobo y con la almendra?

- El algarrobo tenía entonces mucha utilidad porque su fruto era la comida para las bestias de tiro y carga: caballo, mulas etcétera. Sólo servía para esto. Entonces el garrofín, que es la semilla de la garrofa, no tenía tanta importancia. Ahora todo su valor está en él porque se utiliza para hacer aprestos para tejidos y se exportan hasta el Japón. También se exportaban a Inglaterra en el tiempo que se empleaba para la alimentación de ganado de tiro. Incluso cuando empezaron a incluirlo, al hacer los piensos compuestos en fábricas, mezclando cereales, leguminosas, vitaminas y suplementos de grasa, todavía empleaban algarroba, buena parte de la cual procedía de Mallorca. En cuanto a la almendra, se exportaba fundamentalmente a Inglaterra, Francia, Alemania y países europeos. El consumo familiar en la isla era relativamente reducido. En las fiestas de Navidad o cuando había alguna solemnidad, se hacía mucho turrón en casa. Básicamente, se hacían dos tipos, uno parecido al Jijona, de color tostado, blando, en barras; y otro, blanco, redondo y aplastado entre dos obleas grandes.

- El problema del almendro en Mallorca son las múltiples variedades que hay.

- Efectivamente, hay más de cien clases de almendras, y algunas muy locales que, comercialmente, no son útiles. En España, sólo hay cuatro o cinco tipos de almendras de gran consumo. Es preciso también hacer plantaciones con mayor densidad de pies y más corta duración.

- ¿Es cierto que las prácticas llevadas a cabo en Norteamérica con los almendros han sido adoptadas en Mallorca para poder exportar sus frutos?

- Más que en Mallorca se han llevado a cabo en el Sureste de la Península y parte de Extremadura, con grandes plantaciones de almendros parecidos a los Norteamericanos. Son las almendras de cáscara blanda. Al haber una gran invasión de almendra californiana en Europa, se han copiado un poco estos tipos. Prácticamente quien dominaba un poco el tema de la almendra eran los de Reus, en Tarragona, porque tenían muy buenas plantaciones, pocas variedades y unos mercados muy fijos, juntos con los de la avellana. Además, sabían comercializarla muy bien. De manera que cuando, en casa, salía algún chico espabilado, comentaban enseguida: “Este chico parece de Reus2. Estaban más al tanto de lo que pasaba en Sicilia, o en el Sur de Italia que lo que pasaba en su propia tierra. Porque claro, según fueran allí buenas las cosechas, el precio daba unos altibajos que eran de locura. Y entonces decían que había que tener siempre un ojo puesto en Sicilia.

El boom del turismo perjudicó la agricultura.

- Hoy en día, no pocos se quejan de que los precios de la mano de obra les resultan tan caros que prefieren abandonar la labor del campo.

- Es la consecuencia inmediata del turismo. Porque no hay duda de que la vida del campo es dura. Pero hay algo muy curioso que yo he comentado con algunos amigos: no es que se haya ido el payés del campo; lo malo es que se haya ido la mujer del payés, esa “madona” que tenía una importancia primordial. Ella era la organizadora. Preparaba la comida para la gente que vivía en el campo, para todos los que venían de temporeros. Pero claro, vino el turismo y esta buena señora, que se pasaba todo el santo día en la cocina y en otros muchos trabajos, cambio su trabajo por siete horitas diarias a un hotel y, en cinco o seis meses, ganaba más que en todo el año en el campo. Y, al faltar la madona en una finca, ya no había quien sujetara al amo. Son fenómenos de tipo sociológico.

- Cuando empezó el turismo, en los años sesenta, ¿llegó a perjudicar la agricultura?

- El turismo absorbió a mucha gente, incluida la del campo. En Mallorca se tuvo necesidad de traer partidas para la recolección de la almendra, del algarrobo, etcétera. Al principio, vinieron los llamados murcianos. Gente muy conocedora del campo. En Almagro, casi todos los coches tienen matrícula de Palma de Mallorca. Es gente que estuvo en la recogida de la almendra y se compró un coche de segunda mano. Vas a otros sitios de Extremadura o a Badajoz y ves que hay pueblos en que todo el mundo ha estado en Mallorca, trabajando. Con el boom turístico, los transportes y la edificación, comenzó a escasear la gente del campo y tuvieron que recurrir a los peninsulares. Hoy en día se ha estabilizado, pero en un nivel muy bajo. La gente que abandonó el campo no ha vuelto a él. Hay que tener cuidado con el Mercado Común cuyas subvenciones por abandonar tierras pueden llegar a ser muy peligrosas. Porque una vez que alguien sale del campo, normalmente, no vuelve a él.

- Y mientras la gente del campo se ha ido a la ciudad, los extranjeros han llegado y se compraron fincas medio abandonadas aunque no para trabajarlas. ¿Cómo ve usted el intercambio?

- Mañana puede pasar cualquier cosa, un pánico de la Bolsa o el fallo del turismo, y, si no tienes la máquina productiva siempre a punto, puede ser la hecatombe. A los alemanes que van comprando fincas se les debería obligar a labrarlas como lo hacen los agricultores. Empezamos por no saber si hay reciprocidad, o sea, si podríamos comprar nosotros en Alemania. Si uno no es capaz de poner en marcha una finca y hacerla producir, no debería poder hacerse con una, por muchos marcos o divisas que tenga. Y que conste que no digo nada exagerado. En el tiempo que estuve en el servicio de Fincas Mejorables en la Dirección General de Agricultura, nos preguntábamos si no nos pasábamos de rosca con tanto intentar producir. Pero entonces supe yo que en Francia había una política y un hábito muy importante. Las Cámaras o las Asociaciones de Agricultores tenían mucho cuidado en no permitir que la gente que desconocía el campo comprara una finca si no la sabía llevar a uso o costumbre de buen labrador. Porque ellos consideraban que entonces su territorio perdería capacidad de producción y de calidad en sus productos. Un artista muy famoso quiso comprar una finca en Normandía y los payeses lo impidieron porque consideraron que no podía llevarlas como ellos lo hacían. Debería haber algún tipo de acciones que no permitieran romper la máquina de producción. Es muy bonito que una persona esté rodeada de cien hectáreas pero, si no las cuida y no producen, es tierra muerta. Que se compren un chalet en la Bona Nova, pero no en el campo.

Agregado agrónomo en Londres y Dublín.

- De 1965 a 1968 estuvo usted de agregado agrónomo en la embajada de España en Londres y en Dublín. ¿Cómo vivió esta nueva experiencia?

- Allí pude ver el mundo productivo y las políticas agrarias de estos países. Cuidé del buen fin de las exportaciones españolas de la patata temprana y otros productos agrícolas. Había muchos problemas porque decían que teníamos el escarabajo de la patata; por fin pudimos hacer una especie de destrizamiento y de limpieza con lo cual la readmitieron.

- Contactaba usted con un grupo de la Cooperativa de la Puebla...

- En efecto, era una gente maravillosa. Trabajaban noche y día y vendían la patata saco a saco y kilo a kilo. Había dos épocas de la patata: la extra temprana, que se recogía en las Canarias en enero-febrero, y la patata temprana que era la nuestra y empezaba por Málaga, Valencia, Baleares, Cataluña, en marzo abril. Sabíamos perfectamente cómo iba la patata temprana en Egipto, en Túnez, Italia. Controlábamos todos los mercados y avisábamos tan pronto como nos enterábamos de la fecha oportuna y de las cantidades que necesitaba cada cual. Muchos envíos importantes se revalorizaban de esta manera, sabiendo que, en aquel momento, había un hueco de quince días. En aquellos tiempos, también se importaba ganado vacuno de leche y estábamos un poco al tanto de todo.

- En febrero de 1968 vuelve usted a España en donde es nombrado Subdirector General de Agricultura. ¿Qué hizo usted durante este tiempo?

- Toda la Dirección General de Agricultura tenía dos subdirectores generales más los Directores de los organismos autónomos: Investigaciones Agronómicas, Instituto de Semillas Selectas, Servicio de Tabacos y otros. En este ministerio, batí un record: veintidós años, pero en diversas facetas. Al principio fue en la propia subdirección de Agricultura, en donde me ocupaba de maquinaria, fertilizantes... De ochenta o cien mil tractores, pasamos a los trescientos cincuenta mil. Promovíamos fertilización, cuidábamos de los precios y dominábamos la investigación agraria. El único programa para investigación del Banco Mundial fue destinado a España y, en el 71, logramos una red regional de Centros de Investigación. Se especializaban los Centros, según los cultivos o producción principal: agrios, en Valencia; vinos, en el centro y Catalunya; aceites, en Córdoba, etcétera.

- Y Mallorca ¿en qué estaba especializada?

- En poca cosa. Tratamos de hacerlo en almendro y en recolección mecanizada. Intentamos racionalizar un poco sus múltiples variedades y centralizarlas en cuatro o cinco. En aquel tiempo, la edad media de las plantaciones de almendro era del orden de los setenta u ochenta años. No se podía andar con producciones de dos o tres kilos de almendras por árbol. Había que cambiar todo esto. El Ministerio, con el Iryda, actuó frente a la salinización de tierras. Tanto la huerta de Palma, de Sant Jordi, como los regadíos de Campos se estaban salinizando. Se agotaba el primer manto de agua dulce y subía el agua salada con lo que se terminaron de abandonar todos los cultivos. Se hizo la primera depuradora en S'Aranjassa. Había poca racionalización en el empleo de las aguas subterráneas. Todo esto coincidió con el boom del turismo. Tampoco era muy diversificado el cultivo en los regadíos porque no había fábricas de transformación. Ni había fábricas desmotadoras de algodón, ni de azúcar de remolacha, ni para hacer aceite de girasol. La única fábrica que teníamos era la vaca.

Todos los caminos llevan a Mallorca.

- Usted se jubila en 1991, a los 65 años. Pero, con los años, sus actividades agrarias no parecen haber disminuido

- Bueno, ahora me puedo dedicar a asesorar algunas fincas grandes, y a llevar la dirección técnica y, cuando ha sido preciso, también la administrativa. Pero lo que a mí me gusta es hacer cosas. Las políticas agrarias han ido cambiando. En el Colegio de Agrónomos y de otras organizaciones, nos reunimos para seguir el paso de todas estas tendencias.

- Al margen de su trabajo, de sus clases en la Escuela de Ingeniero Agrónomo y de sus múltiples viajes por toda España ¿ha tenido usted hijos?

- Seis. Con ellos vamos todos los veranos a Mallorca. Allí tienen sus amigos. Los dos primeros son Ingenieros agrónomos; el tercero hizo Empresariales; la cuarta, Económicas; la quinta, que nació en Londres, terminó filología inglesa y el último estudió Turismo.

- ¿Va usted muy a menudo a la isla?

- Antes, sí. Aprovechaba cualquier ocasión para visitarla. Y, a veces, por 24 horas. Así como todos los caminos iban a Roma, los míos me llevaban a Mallorca. Sobre todo cuando vivían mis padres. A medida que aumentaron los hijos, acudimos sólo los veranos. Por cierto que, en Baleares, en la Diputación, se me impuso La Gran Cruz de Mérito Agrícola, en una visita del ministro, señor Allende, a las Islas. Fue una atención muy grata para mí.

- ¿Fue la única que le concedieron a lo largo de su carrera?

- Hubo otras. Los franceses me honraron con la del Mérito Agrícola. También se me concedió la de Comendador del Mérito Agrícola. Son cosas de suerte. Lo que hay que procurar es no estar en el punto de mira de los cambios y todas esas cosas. Pero nunca he aspirado a nada. Todo eso es trabajo técnico. Y, lógicamente, he estado muy cerca de decisiones muy gordas. Yo fui, por ejemplo, jefe del Gabinete del Subsecretario y, en estos cargos, despachaba muchas veces con los ministros de turno. He visto y vivido muchas cosas.

- ¿A usted le gustaría morir en Mallorca?

- Ya lo creo... Esto es como los elefantes. Además, nosotros tenemos la sepultura en La Vileta, un cementerio muy pequeño y muy sano. Siempre está lleno de sol. También desearía pasar temporadas más largas en Mallorca y, al final, pues Dios dirá.

- ¿O incinerarse en ella?

- Eso no me gusta nada. No sé lo que harán porque al final uno nunca sabe. Pero no, ni yo ni mi mujer, que es madrileña, queremos nada de eso. Aunque hay algo, cuando te mueres, que es un poco deprimente. Si estás lejos de tu tierra, te embalsaman y te llevan en Iberia como si fueras un saco de patatas. O sea que, llega un momento en que te convierten en una pequeña mercancía. Pero, a pesar de esta parte escabrosa y más triste, quisiera que me llevaran a mi cementerio de Mallorca.

- Y la vida continúa.

- Efectivamente, la vida continúa

- Pero hay que reconocer que es bonita esa vida dedicada exclusivamente a la agricultura.


- Fueron muchas horas de correr por el campo en un Land Rover que no tenía calefacción ni refrigeración, y de encontrarme solo, de noche. Pero no me importaba nada. Al contrario. He tenido grandes satisfacciones. Tampoco era tradicional este tipo de vocación en mi familia. Aunque a mi padre le gustaba mucho el campo, donde había vivido de joven. Luego, también tuve amigos y parientes que me dejaron hacer cosas en el campo. Me conozco toda la Sierra mallorquina, de arriba a abajo. Cada año tenía que subir al Puig Mayor. A veces bajábamos por Lluch hasta el Torrente de Pareis. Ahora vivo, como puede ver, rodeado de cosas de Mallorca por todos los lados: pinturas, recuerdos, souvenirs...

Once años después de entrevistarme con Luis Miró-Granada, en mayo de 1998, me enteraba de la noticia de su muerte. Sus restos fueron llevados al cementerio de la Vileta.

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