- Usted se jubila en 1991, a los 65 años. Pero, con los años, sus actividades agrarias no parecen haber disminuido
- Bueno, ahora me puedo dedicar a asesorar algunas fincas grandes, y a llevar la dirección técnica y, cuando ha sido preciso, también la administrativa. Pero lo que a mí me gusta es hacer cosas. Las políticas agrarias han ido cambiando. En el Colegio de Agrónomos y de otras organizaciones, nos reunimos para seguir el paso de todas estas tendencias.
- Al margen de su trabajo, de sus clases en la Escuela de Ingeniero Agrónomo y de sus múltiples viajes por toda España ¿ha tenido usted hijos?
- Seis. Con ellos vamos todos los veranos a Mallorca. Allí tienen sus amigos. Los dos primeros son Ingenieros agrónomos; el tercero hizo Empresariales; la cuarta, Económicas; la quinta, que nació en Londres, terminó filología inglesa y el último estudió Turismo.
- ¿Va usted muy a menudo a la isla?
- Antes, sí. Aprovechaba cualquier ocasión para visitarla. Y, a veces, por 24 horas. Así como todos los caminos iban a Roma, los míos me llevaban a Mallorca. Sobre todo cuando vivían mis padres. A medida que aumentaron los hijos, acudimos sólo los veranos. Por cierto que, en Baleares, en la Diputación, se me impuso La Gran Cruz de Mérito Agrícola, en una visita del ministro, señor Allende, a las Islas. Fue una atención muy grata para mí.
- ¿Fue la única que le concedieron a lo largo de su carrera?
- Hubo otras. Los franceses me honraron con la del Mérito Agrícola. También se me concedió la de Comendador del Mérito Agrícola. Son cosas de suerte. Lo que hay que procurar es no estar en el punto de mira de los cambios y todas esas cosas. Pero nunca he aspirado a nada. Todo eso es trabajo técnico. Y, lógicamente, he estado muy cerca de decisiones muy gordas. Yo fui, por ejemplo, jefe del Gabinete del Subsecretario y, en estos cargos, despachaba muchas veces con los ministros de turno. He visto y vivido muchas cosas.
- ¿A usted le gustaría morir en Mallorca?
- Ya lo creo... Esto es como los elefantes. Además, nosotros tenemos la sepultura en La Vileta, un cementerio muy pequeño y muy sano. Siempre está lleno de sol. También desearía pasar temporadas más largas en Mallorca y, al final, pues Dios dirá.
- ¿O incinerarse en ella?
- Eso no me gusta nada. No sé lo que harán porque al final uno nunca sabe. Pero no, ni yo ni mi mujer, que es madrileña, queremos nada de eso. Aunque hay algo, cuando te mueres, que es un poco deprimente. Si estás lejos de tu tierra, te embalsaman y te llevan en Iberia como si fueras un saco de patatas. O sea que, llega un momento en que te convierten en una pequeña mercancía. Pero, a pesar de esta parte escabrosa y más triste, quisiera que me llevaran a mi cementerio de Mallorca.
- Y la vida continúa.
- Efectivamente, la vida continúa
- Pero hay que reconocer que es bonita esa vida dedicada exclusivamente a la agricultura.
- Fueron muchas horas de correr por el campo en un Land Rover que no tenía calefacción ni refrigeración, y de encontrarme solo, de noche. Pero no me importaba nada. Al contrario. He tenido grandes satisfacciones. Tampoco era tradicional este tipo de vocación en mi familia. Aunque a mi padre le gustaba mucho el campo, donde había vivido de joven. Luego, también tuve amigos y parientes que me dejaron hacer cosas en el campo. Me conozco toda la Sierra mallorquina, de arriba a abajo. Cada año tenía que subir al Puig Mayor. A veces bajábamos por Lluch hasta el Torrente de Pareis. Ahora vivo, como puede ver, rodeado de cosas de Mallorca por todos los lados: pinturas, souvenirs, recuerdos...
Once años después de entrevistarme con Luis Miró-Granada, en mayo de 1998, me enteraba de la noticia de su muerte. Sus restos fueron llevados al cementerio de la Vileta.
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