Antonio Mesquida está convencido de que el mallorquín desea ser como un faro que ilumine al isleño y a todo viajante en alta mar. Y así nos lo explica con sus palabras que tienen más de disertación que de respuesta:
Quisiéramos ser ese punto de referencia. Y que en las islas Baleares contamos con un Ramón Llull, que es uno de los mejores filósofos del siglo XIII; un Ausias March; que las cartas náuticas de los judíos mallorquines son las primeras de Europa; que el primado de las Baleares durante un tiempo fue Pisa; que los primeros que cristianizaron las Canarias fueron trece agustinos de Mallorca, y que el primer obispo de las Canarias es un mallorquín. Son cosas interesantes que hay que saber. Al mismo tiempo pretendemos enseñar a los habitantes de las Baleares que residen en Madrid cosas de las islas. Y deseamos que esto sea un escaparate para todos los madrileños, que les suene el nombre de Baleares. No basta con que tres millones doscientos mil alemanes o que casi tres millones de ingleses acudan cada año a Mallorca, o que haya un movimiento diario de 800 aviones. Hay que tener iniciativas como ésta.
- Usted parece ser el típico mallorquín que no puede vivir encerrado en su isla, pero que tampoco puede vivir sin pensar en ella.
- Siempre he preferido conocer el mundo. Fíjese que llevo más de treinta años yendo dos o tres veces a Roma en donde suelo perderme. Tengo muchos amigos y me gusta ir a los pueblos y visitarlos. Y, por mi trabajo, he tenido muchas audiencias con Juan Pablo II y con Pablo VI. Tengo muchos amigos cardenales, obispos y monseñores. Mi trabajo me relaciona con todos ellos.
- ¿Y no echa usted de menos el mar, desde Madrid?
- Me encanta el mar y me tranquiliza. No soy hombre de meterse mucho en él, sino de verlo. Cuando veraneo en Mallorca, me paso horas pescando con una cañita en las rocas de Porto Colom, el puerto más bonito del Mediterráneo. Pero la verdad es que, cuando llego aquí, cierro de repente. Y pongo un punto en mi vida de isleño.
- Curiosamente, la mayoría de isleños conocidos en Madrid son gente que vive holgadamente. A algunos incluso les ha ido más que bien y se han hecho de oro. Pero triunfar, en Madrid, no es nada fácil.
- No comprendo ese afán por acaparar dinero. Si, una vez muertos, no se van a llevar nada. Las mortajas no tienen bolsillos.
- ¿Piensa a menudo en la muerte?
- No. Sólo de vez en cuando y su imagen no me disgusta. Lo único que pienso es que allí me espera mi padre, Dios, con mis amigos y mi familia.
- ¿Se decanta usted por el enterramiento o la incineración de su cuerpo?
- Me da lo mismo. Y si alguien piensa que mis órganos pueden servir para algo, pues que los aproveche.
- ¿Le gustaría regresar definitivamente a Mallorca, una vez muerto?
- No me importa. Una vez muerto se acabó todo.
Ocho años después de esta entrevista, Antonio Mesquida, con setenta y cinco años, se conservaba perfectamente, rodeado de sus objetos de arte sacro y aumentando sus actividades.
“Retirarme –me dijo entonces sorprendido– mientras pueda aguantar y hacer lo que yo quiero, no siento la necesidad. Si no hay más remedio, lo haré, pero mientras el cuerpo aguante”...
Era en enero del 2005 cuando viajó a México, en donde decoró dos iglesias; a Guatemala, invitado por el nuncio, amigo suyo; a Roma, donde mantenía innumerables relaciones con gentes de la Iglesia; a Ibiza, en donde restauró el retablo de la iglesia de San Rafael... Hoy, julio del 2011, Antonio Mesquida veranea en Mallorca en donde piensa dejar, si las autoridades aceptan su propuesta, más de doscientas piezas antiguas de arte y reproducciones de todo el mundo, en una Fundación de Arte Sacro parecida a la que ya tiene en Tenerife.
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