- Volvamos a su vida personal. ¿Está usted orgulloso de sus cinco hijos?
- Mucho. He tenido suerte con ellos. Son gente normal, trabajadora y afectiva. El mayor es diplomático; el segundo, después de ICDE en Madrid, hizo un MBA, en USA, y trabaja para Repsol Internacional, en Perú; la tercera está encargada de una cátedra universitaria; la cuarta es abogado y el pequeño está haciendo Económicas.
- ¿Y su mujer?
- Isabel Gual, mallorquina, como yo, hubiera querido vivir siempre en la isla pero, al casarse conmigo, nunca vivió allá permanentemente. Tuvimos la suerte de encontrar una casa que nos gustaba, cerca del mar. La verdad es que, cuando estoy cansado, me refugio en ella. Me pongo unas alpargatas, un vestido cómodo, escucho un poco de música y leo o contemplo el mar. De esta manera se recargan las pilas muy placenteramente.
- ¿Se siente usted mediterráneo?
- Totalmente. Es mi mundo, mis raíces están en las islas. Y echo mucho de menos el mar. Estaríamos muchas horas hablando de esto...
- ¿Piensa volver definitivamente a la isla?
- Cuantos más años tengo, más huyo de palabras definitivas. Uno de mis viejos maestros me enseñó que la vida es una casa de doble alero. Si tú tienes proyectos y esperanzas, eres joven. Si tienes recuerdos, eres viejo. Es lo que dicen los orientales, cuando definen algo tan indefinible como la felicidad: “La felicidad es tener algo que hacer, alguien a quien amar y algún proyecto en qué soñar”. Pero la palabra “definitivamente” no me gusta. De vez en cuando, una vez por mes, vuelvo a Mallorca y retorno a lo que ha sido siempre. La verdad es que es un paraíso.
- ¿Pese a los alemanes?
- Es cierto que ahora se habla mucho de la “alemanización” de Mallorca. El otro día me decía un viejo amigo de la “part forana”: “Si aquí han venido todos: fenicios, romanos y cartagineses, vándalos, árabes... pero todos terminaron comiendo ensaimadas. ¡Cómo no va a ser diferente con los alemanes! ¡Si ellos también terminarán comiéndolas!” ¡La Unión Europea está ahí! Mallorca tiene una situación privilegiada para convertirse en la potencia europea de segundas residencias. Todo ello conlleva una ordenación racional de estos hechos. En el Forum de Davos, se discutió sobre lo irreversible de la libre circulación de capitales y la globalización económica. Reconociendo el hecho, se preconizaron normas para ordenar este fenómeno. En resumen, la alemanización o cualquier fenómeno similar debe ser estudiado desde las islas para encauzarlo adecuada y naturalmente, a la vez que se aprovechan sus notas positivas. Hay que salvaguardar lo nuestro que es, al fin y a la postre, lo que atrae a los alemanes. Hay que hacer un ejercicio de inteligente preservación de nuestra identidad.
- ¿Le gustaría, cuando muera, que le enterraran en la isla?
- Sí. Yo creo que el hombre debe volver a sus orígenes. El poeta dijo: “La gran palabra es volver”. Esto lo tengo clarísimo. Hay que volver a la madre tierra o echar las cenizas al mar Mediterráneo. No lo tengo aún decidido. Son como esas cosas que, cuando se le cruzan a uno por la mente, lo primero que se dice es: “Bueno, ya en parlerem (“Ya hablaremos de ello”.
Después de esta entrevista, tras un salto de seis años, volvemos a encontrarnos con Victorino Anguera. Todo le parece seguir igual, aunque también casi todo es distinto. Piensa que “en la medida en la que el tiempo te alcanza se acelera el vivir. Es como si te empujaran los que vienen detrás”. Intentamos saber qué ve él en esos años y le sale la vena más humana: “Contraste de luces y sombras, más nietos, los amigos que me parecen más entrañables, los afectos de cada día y las pequeñas cosas de siempre que valoro más que nunca. La luz de Mallorca me deslumbra más y el olor del mar y pinos me llena de recuerdos, que a su vez son próximos y lejanos, los familiares y amigos que pierdes con los que se va una parte de tu vida... España se ha estirado, somos más como debiéramos haber sido hace tiempo. Más desarrollados, más socialmente justos, más libres, más europeos, más cosmopolitas”.
Victoriano se instala en el trabajo para seguir informado y actualizado. Preside el Rotary Club Madrid Puerta de Hierro, que le ayuda a sentirse solidario y a “dar de sí, antes de pensar en si”. Sigue viajando. Le interesa conocer lo que “está desapareciendo”, por ejemplo las ciudades caravaneras de Mauritania en lo más profundo del desierto. Y contradictoriamente, le interesa lo nuevo: pintura, las ciudades del futuro, China, los escaparates de Montenapoleone, en Milán, la música de siempre y tantas cosas… Su sensación es la de no poder abarcarlo todo, no poder con todo lo que se presenta cada día. “En definitiva, como decía un viejo profesor, vivo acompañado de los afectos que el tiempo no consumió, y en desafío permanente en este tiempo de frontera en el que nos ha correspondido vivir lleno de riesgos y de esperanzas”. Cinco años más tarde, el 28 de septiembre del 2010, muere en Madrid tras una larga enfermedad.
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