jueves, 15 de septiembre de 2011

Victorino Anguera Sansó. Abogado, ex gobernador civil y ex subsecretario de la Seguridad Social.



Nace, en 1933, en Palma de Mallorca, bajo el signo de Aries y, como tal, le gusta competir para ganar. Y fallece el pasado 28 de septiembre del 2010, en Madrid. Pese a su tranquila huella mediterránea, fue persona siempre atareada. “No sé si para bien o para mal –nos comenta en una entrevista que mantenemos con él, el 11 de julio de 1998–, el hombre depende de su agenda!” Desde sus primeros años, vive permanentemente fuera de la isla. Se licencia en Derecho por la Universidad de Barcelona. Oposita con éxito al Cuerpo de Inspección de Trabajo. Complementa su formación en Seguridad Social –fue uno de los redactores de la Ley del 63– y está destinado en San Sebastián, Ceuta Rabat, Castellón, Valencia y Barcelona. Siendo Delegado de Trabajo de Barcelona, es nombrado Gobernador Civil de Gerona, en donde permanece hasta su designación como Gobernador de Asturias.

Llega a la región en los años finales del franquismo para lidiar con huelgas mineras y un floreciente ramillete de partidos opositores, por la izquierda y por la derecha. Después vuelve a cruzar el Pajares, rumbo a Madrid, para formar parte, como subsecretario del ministro de Trabajo, del Gobierno anterior a las elecciones democráticas que gana su admirado Adolfo Suárez. En la transición, fue Subsecretario de la Seguridad Social y, más tarde, Subsecretario de Sanidad y Seguridad Social. De esta época son el “Libro Blanco de la Seguridad Social y Problemas de la Seguridad Social Española 1981, aportaciones a una modernización del sistema de la Seguridad Social”, dirigidos ambos por él. Fue miembro de la Comisión de Trabajo y Seguridad Social del Consejo de Europa. Posteriormente, representa a España en la Asociación Internacional de la Seguridad Social (A.I.S.S. OIT), con cometidos de asesoramiento técnico jurídico. A partir de 1982, pide la excedencia y se dedica a la iniciativa privada desde su despacho de Abogados, en Madrid.

Victorino Anguera ha estado vinculado a Banesto, representando la Banca Intermedia en el Consejo Superior Bancario. Como director de la Asesoría Jurídica de Petróleos del Mediterráneo, ha sido Consejero Secretario de las Empresas del Grupo hasta su venta a British Petroleum. Fue, asimismo, Vicepresidente del Banco Comercial Paraguayo.

Durante esta entrevista Victorino recuerda momentos como flashes instantáneos tan próximos en la memoria y tan lejanos en el tiempo, que relativizan la situación. Entre sus cajones, encuentra una fotografía de su admirado Josep Pla y recuerda a la vez su voz payesa y cosmopolita en las cenas tertulias de Casa Neus, en la Escala, sin acertar a temporalizarlo. “Yo relativizo mucho el tiempo –piensa en voz alta–. Los antiguos chinos dicen algo así como: ‘A los hombres a quienes los dioses estiman les hacen vivir tiempos de cambio’. Los años pasados han sido vividos intensamente. Son una película muy movida, cuyas secuencias se suceden tan rápidamente que, de alguna forma, pueden al argumento. Es esa tesitura, uno se sitúa instintivamente fuera de los años que tiene y lucha contra el tiempo, trabajando todo lo que puede. Son como vuelos constantes, ciudades distintas, todas ellas conocidas...

“La patria de uno es su infancia”

- ¿En dónde nació usted?

- Nací hace muchos años, demasiados, en Palma, ciudad a la que quiero mucho y, quizás por ello, me siento en relación a ella en una posición crítica permanente. Afortunadamente creo que se va reencontrando a sí misma, va mejorando la calidad, se cuida más el patrimonio artístico y el cosmopolitismo convive aceptablemente con lo nuestro. Me siento muy satisfecho por ello.

- ¿Hijo de familia numerosa?

- Mis padres, Guillermo Anguera y Antonia Sansó, tuvieron cuatro hijos. Yo soy el mayor. Nuestros padres creyeron siempre en que ser es más importante que tener. Se sacrificaron para que nuestra formación pudiera ser la mejor de la que nos podían ofrecer. Para mí este es el legado que intento transmitir a mis hijos y un agradecimiento a mis padres

- ¿Qué recuerdos guarda de su infancia, en Mallorca?

- Cuando estalla la Guerra Civil tengo tres años. Por tanto, mis recuerdos son los de un niño que es espectador de cosas que no interpreta. Recuerdo la guerra muy vagamente. Tengo algunos flasches de sirenas y de gente que corría pero poco más. Es una infancia plagada de recuerdos claros. Yo siempre digo que soy un producto de lo que se sacrificaron mis padres. Empecé a estudiar en un colegio de monjas que se llamaba “Los jardines de la infancia”. Y mi juventud estuvo muy ligada, en los estudios del Bachillerato, con los jesuitas, en Montesión. Creo que ha sido un crisol de formación para mucha gente. Y, personalmente, la agradezco de veras. Allí encontré a “mis amigos del alma”. Eran tiempos de risas, estudios, fútbol, guateques. ¡Recuerdos agradables! Los años te van haciendo ver un poco lo mucho que debes a tus raíces. Alguien dijo que la Patria de uno es su infancia. Estoy de acuerdo.

- ¿De dónde procede su vocación jurídica?

- De una inicial afición al mundo del Derecho. Después, los “cátedros” te forman, te moldean, y nace la vocación. El doctor Font y Trías, en Palma; la Facultad de Derecho, en la Universidad de Barcelona, y el Colegio Mayor José Antonio, en mis oposiciones, contribuyen de forma importante en la vocación. En mi caso tengo dos tiempos muy diferenciados. El público, funcionarial, y el privado, empresarial y profesional. Mi paso por la Inspección de Trabajo me llevó desde San Sebastián a Ceuta Rabat. Desde Castellón a Valencia, Barcelona y Madrid. Me siento orgulloso de este tiempo. Personalmente, creo en la idea del servicio al Estado, aunque temo que, actualmente, sea un valor devaluado. Posteriormente, mi etapa privada, en la que sigo instalado, me ha supuesto un desafío muy reconfortante del día a día. Casi veinticinco años de despacho de Abogados, en Madrid, y mi paso por el Grupo Banesto y Petromed, para mí, es un bien preciado.

El instinto del cambio y su etapa política.

Si en algo están de acuerdo quienes trataron a Anguera Sansó fue en que murió como vivió: con discreción. Tras la victoria de la UCD, el ministro de Sanidad, Enrique Sánchez de León, su amigo del alma desde los tiempos del Colegio Mayor José Antonio, en Madrid, le nombró subsecretario de Seguridad Social y le encomendó la tarea de reestructurar el organismo con las tres figuras que aún hoy, con ligeras variaciones, se mantienen: el Insalud, el Instituto Nacional de la Seguridad Social y el Imserso. Anguera tenía tablas para acometer la tarea. Antes de llegar a Asturias como gobernador civil, este mallorquín se había recorrido buena parte de la geografía española en distintos puestos. Fue inspector de Trabajo en Guipúzcoa, Ceuta y Melilla; delegado de Trabajo de Castellón, Valencia y Barcelona y gobernador civil de Gerona (1969-1974). Durante su estancia en Asturias, quienes le trataron aseguran que no se arrugó ante las dificultades en aquellos años de la Transición. Subrayan que se preocupó por conocer los problemas de aquella Asturias de los setenta, y si un término definía a aquel joven de aspecto atlético, era el de «suarista». Lo corrobora el abogado asturiano, Francisco Ballesteros, en 1974 subsecretario general del Movimiento. Ballesteros era devoto del asturiano Torcuato Fernández-Miranda y el mallorquín apoyaba ciegamente al avileño que capitaneó la Transición.

Quienes le conocieron de cerca aseguran que trató con mano izquierda a quienes alteraban el frágil equilibrio social. Era hombre tranquilo, de despacho, de exquisitos modales, que ganaba en las distancias cortas. Simpático con sus amigos, pero algo distante en público. Así lo definen Enrique Sánchez de León y Jesús Ladero, jefe de Recursos a la sazón en el Ministerio de Trabajo. Florentino Quirós, el hostelero ovetense y actual propietario de la Cava de Floro, le sirvió más de una fabada en un anterior negocio. Al personal del restaurante le fascinaban las buenas formas del matrimonio Anguera-Gual, padres de cinco hijos. En Madrid la familia se instaló en la colonia de El Viso. En 1978, una crisis de Gobierno obligó a Sánchez de León a cesarle. Anguera se retiró de la política y se dedicó a la abogacía en un despacho abierto en Madrid. Una vez a la semana acudía a la cita con el club Rotario de Madrid-Puerta de Hierro. A él se le debe que, en 2009, el Ministerio del Interior separase en el Registro a rotarios y masones, como señala Bernardo Rabassa. A esas reuniones de rotarios no faltaba Sánchez de León, que recibió como un mazazo la muerte de su amigo. “Tuvimos vidas paralelas. Nos casamos el mismo año, hicimos la misma oposición, igual número de hijos”... En la entrevista que mantuve con él en el 2000, le preguntaba por su etapa política.

“La política –me contestaba–, en la época en la que yo viví, nació con el Frente de Juventudes. A mí me cazaron por el fútbol. Jugaba de defensa cuando estudiaba con los Jesuitas y luego tuve oportunidad de seguir jugando en unas competiciones. El fútbol me sigue gustando pero ya no juego. Los médicos me presionan para que haga cierto deporte. Lo político y la política me siguen fascinando. Ahora estoy, como Ortega, de espectador. Pasé catorce años en la vida pública. Pienso en ello y ahí están. Pero ni estoy anclado en el pasado ni renuncio a nada.

- ¿De qué manera contribuyó usted a la Reforma?

- Personalmente, siempre me he sentido un reformista. Por ello aprecio en todo su valor el periodo histórico de la Transición. Pienso que es bueno que la gente se sienta alguna vez servidora del Estado o de la sociedad, aunque, en algún momento, hay que decir: “Ahí termina un ciclo vital y empiezo otro”. Sobre todo porque creo que esto que se llama el “instinto del cambio” tiene que operar activa y pasivamente. De la misma manera que creo que la sociedad tira a los gobernantes que ya duran mucho. Una vez aprobada la Constitución y prácticamente embocada la Transición, yo quería ocuparme de las cosa profesionales y lo he hecho plenamente, sin llegar a padecer nunca el llamado síndrome de abstinencia política. Se podrá o no estar de acuerdo, pero La Corona, Adolfo Suárez y muchas personas que estuvimos colaborando honestamente y después nos marchamos voluntariamente a casa, a nuestras profesiones y a nuestros trabajos, contribuimos a la gran Reforma en la que se asienta la sociedad democrática de la España del siglo XXI.

- ¿Cuándo comenzó propiamente su carrera política?

- En noviembre de 1969, al pasar de Delegado de Trabajo de Barcelona a Gobernador de Girona. Era joven, con ese entusiasmo que te hace trabajar con ilusión y también cometer errores. Es el momento en que surgen en mi vida personajes como Dalí, Pla, Miguel Mateu o Joan Pons, cuyo conocimiento y trato es enriquecedor. Allí pasé cinco años y después, me dirigí a Asturias

- ¿También de Gobernador?

- Efectivamente. Tuve la suerte de encajar con el temperamento asturiano. Eran unos años complicados en los que las formas dialogantes te permitían tender puentes, estar informado y conocer los puntos de vista no coincidentes de mucha gente que después fue actora importante en la Transición. Allí estaban Carlos Arias, presidente en aquellos momentos del Gobierno; Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes; Sabino Fernández Campos, secretario de la Casa Real; el Ministro Alejandro Fernández Sordo; Alfonso Álvarez Miranda, Antonio Valdés y otros ministros y personajes que, en aquellos tiempos, definían el tempus político. De Asturias guardo unos recuerdos muy agradables. Fueron unos años en que ser joven te ayudaba mucho. Y procuré, con mayor o peor fortuna, ser equidistante de cualquier ideología. Algo muy difícil y a veces no era comprendido. Pero, el paso por la vida pública siempre fue muy gratificante. Algunos me dicen que a mí las cosas me han ido profesionalmente muy bien. Por eso no tengo rencores ocultos.

“Para ser banquero o poeta se tiene que nacer como tal”.

- Usted también trabajó en varios bancos. ¿Cómo fue esta experiencia?

- Estuve muy vinculado con Banesto, antes de la llegada de Mario Conde. Siempre tuve con ese banco unas responsabilidades culturales y un part-times, porque a lo que me he dedicado y de lo que he vivido siempre es de nuestro despacho de abogados. Durante cierto tiempo, fui vicepresidente del Banco Comercial Paraguayo, en Sudamérica, en el que participaba Banesto. Me pasaba cuatro semanas aquí y una allá. Tenía que visitar parte de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. Al principio, me gustaba mucho porque viajaba y veía países hermosos. Pero, a los ocho años, me llegó a cansar. Es la diferencia que hay entre una obligación y una devoción. Aunque a mí la banca siempre me ha interesado. Es un mundo curioso en el que hay que estar muy anclado profesionalmente. Es como la profesión de poeta que, para desarrollarla, se tiene que nacer. Hasta tal punto que, durante unos años, estuve representando la banca intermedia, pero siempre dentro de los temas jurídicos.

- Usted sostiene que, para ser banquero, se tiene que nacer. ¿También para ser abogado o político?

- Tanto el político como el profesional se hacen. Los caminos son muy distintos, pero, concretando, yo creo que la política, quiérase o no, con mayúsculas o con minúsculas, es un arte. En una frivolización del término, es lo que los franceses dirían “le grand jeu”. Es un juego que tiene que ser enormemente noble, con una dedicación muy importante, y en el que la gente que tiene responsabilidades tiene que estar imbuida en un concepto de responsabilidad con mayúsculas. Y eso comporta un gran sacrificio. Yo no sé si la política se puede transformar en profesión, pero, en Europa, ya se acepta sin ningún desdoro que un político llegue a ser un profesional de la política. No puedes estas en ambas partes. Y, en muchas ocasiones, he oído lamentaciones de que se deberían mejorar mucho los cuadros políticos, contando con buenos profesionales y empresarios. Pero mucha gente no quiere o no puede dar un paso que le comportaría grandes sacrificios y renuncias.

- Veo en su biblioteca un tema que se repite: la relación Catalunya España.

- Me interesa muchísimo. Como muestra, estoy leyendo un interesante trabajo de Jordi Pujol en un número de Cuadernos de Política Exterior sobre el futuro de las naciones

- Desde su punto de vista personal, ¿cómo ve usted los nacionalismos?

- Me parece que es Porcel en “Mediterráneo” quien habla, en uno de sus últimos libros publicados, del historiador Braudel. Éste nos indica que el no definir te abre horizontes inesperados. Sería cómodo no definirse. No es que rehuya la definición, pero me basta con el artículo 2 de la Constitución. Ésta se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades que la integran. De todas formas, reconozco que la terminología es confusa y que se puede proceder a una clarificación. Algunos confunden Nación con independencia, al interpretar que el fin del nacionalismo es la independencia y, en este sentido, la acción política de algunos partidos nacionalistas es como poco ambigua. Eso siendo ingenuos y bien pensados, cosa no aconsejable en política. Pero nosotros somos espectadores de la “mundialización” y este fenómeno comporta como poco el problema de armonizar la “voluntad de mantener la identidad nacional con la voluntad de integración en entes supranacionales”.

- Y todo esto, proyectado en los nacionalismos, ¿cómo se come?

- Es difícil y complicado de digerir. Por ejemplo, en el caso de Catalunya, veo una dinámica de doble lenguaje. Quizás mi percepción sea provisional, pero me parece que Pujol –político muy dotado e inteligente– adoptó últimamente posiciones de Cambó, cosa que, si es así, sería, a mi modesto juicio, muy positiva. Creo que el esfuerzo de avenencia de Pujol se contrapone con una mala presentación fuera de Catalunya. Y esto que seguramente es injusto, es real y nocivo para la imagen de Catalunya, y tensa innecesariamente las relaciones de gobernabilidad. Dentro de Catalunya hay que reconocer los grandes logros políticos, económicos y culturales. Sin embargo, existe una sensación de crecer hacia adentro y de empequeñecer lo que siempre fue país abierto. Como ejemplo, algunos amigos de la Universidad de Barcelona –que no son precisamente antinacionalistas– me comentaban que había disminuido la calidad de la selección de profesores y catedráticos. Antes era una selección en base de treinta y muchos millones y ahora lo es en base de sólo siete millones.

- ¿Y la lengua catalana?

- Pienso que la revitalización del catalán y del mallorquín por sí mismos es positiva. Lo que me parece negativo es caer en imposiciones por vía normativa. El Boletín Oficial de turno no puede crear hábitos y obligaciones de lenguaje.

Dalí y Miró

- A usted siempre le ha gustado el mundo de la intelectualidad y de la pintura. Fue durante su estancia en Gerona cuando conoció a Dalí. ¿Qué le pareció su personalidad?

- Dalí era un genio. Valía la pena conocerle al margen de su mundo exterior para el que guardaba una desconcertante pose daliniana. Buen conversador, culto, ocurrente...

- Usted, como funcionario del Estado, se entendió muy bien con su personalidad.

- Efectivamente, la construcción del Museo Dalí en Figueras fue la piedra de toque de estas relaciones. Las genialidades del maestro tenían que contrastar con la fiscalización del gasto y esto al pintor le parecía soberanamente aburrido. En aquellos tiempos contaban, y él no me lo había desmentido nunca, que había hippies que llegaban allí y, al verle dando un paseo, le decían: “Maestro, nos gustaría vuestro magisterio”. Dalí les preguntaba: “Pero ¿qué mangeu?” (¿Qué coméis?). “Ah, nada, nada –le respondían ellos–. Unas verduras, y unas frutas”… “Dons, fot al camp” –les contestaba entonces el maestro–, que si en guesiu dit ’ostres, caviar i Moet et Chardon, aixo mun regalen, pero lo atre u teng que comprar. (“Entonces, largaos, que si me hubierais dicho ostras, caviar y champán Moet et Chardon, eso me lo regalan, pero lo otro lo tengo que comprar”)

- ¿Era tan loco como parecía o formaba sólo parte de su imagen?

- Era una persona de una cabeza excepcionalmente amueblada. Otra cosa era su fachada, su divertimento, sus maneras de comunicarse. Era una fuente de energía publicitaria. Recuerdo que se organizó un homenaje a Porcioles y a Dalí, como dos ampurdaneses ilustres. Y, en el momento de los parlamentos, Porcioles, que, a pesar de un ligero tartamudeo, era un gran orador, empezó dando las gracias por el homenaje. “Nosotros somos gente creativa: el maestro Dalí, un gran creador pictórico; yo, en mi modestia, un creador jurídico. Ambos, del Ampurdán, y ambos, hijos de un notario”... Fue el momento en que Dalí se levantó para aclarar: “De dos notarios, señor Porciones”.

- Otros aspectos de su personalidad no resultan, sin embargo, tan ocurrentes.

- Yo estoy convencido de que todas las referencias al “Avida dólar”, como si fuese un catalán cazadólares, eran un invento de sus enemigos y que él jamás se interesó por los temas económicos. Otra cosa era Gala. La última vez que le vi ya era un viejecillo y yo ya estaba muy integrado en mi vida privada. Fue en el aeropuerto de Ginebra y, cuando me divisó, a treinta metros, me saludó con los brazos en alto y con gritos de “Señor Gobernador”.

- Me hablaba al principio de Joan Pons, otro personaje del que guarda un recuerdo extraordinario.

- Ganó la bienal de Sao Paulo. Y parece que iba vestido tan extrañamente que lo internaron o se internó en una clínica siquiátrica desde la que mandó un telegrama a Dalí: “Estic a la clínica de Sao Paulo. Io soc un profesional. Vos sois un amateur”. (“Estoy en la clínica de Sao Paulo. Yo soy un profesional. Vos, sois un amateur”) Vendió su casa de Camp Rodons y se fue al Sur, a la costa de Málaga, en donde murió muy prematuramente.

- ¿Conoció también a Joan Miró?

- Siempre me interesó y me gustó muchísimo su obra. Mi madre había estudiado con Pilar Juncosa, su esposa. Y amigos comunes, como Pedro Serra y Josep Meliá, me ayudaron mucho a entrar en contacto con él. En aquellos momentos, había mucho interés para que Miró, dentro de su independencia intelectual, pudiera ser parte de la simbología de la nueva España que alumbraba la transición, y el Gobierno estaba interesado en reconocerle los méritos universales de su obra y quería que aceptara la distinción sin sentirse instrumentalizado. Yo, que en ese momento era Subsecretario de la Seguridad Social en Madrid, recibí el encargo de entrar en contacto con él. La verdad es que estuvo muy amabilísimo y muy receptivo. Fue el Rey quien después le otorgó una distinción. Uno de los valores que la Corona y el Gobierno de Adolfo Suárez incorporaron fue la recuperación de todos los españoles importantes en todos los órdenes, y muy especialmente en el cultural.

- Miró era totalmente diferente a Dalí.

- En efecto, todo lo que era exceso de expresión de Dalí, se convertía en Miró en pura introversión. Hablar con él era hacerlo con una persona enormemente afable, callada, con la voz un poco apagada, pero con cosas importantes que decir. Estando con él, tenías que ser muy cuidadoso en romper los silencios. No sabías si realmente no quería o no podía hablar, o si estaba meditando algo. Y tenías un cierto pudor en si tu pregunta le iba a interrumpir.

Totalmente mediterráneo

- Volvamos a su vida personal. ¿Está usted orgulloso de sus cinco hijos?

- Mucho. He tenido suerte con ellos. Son gente normal, trabajadora y afectiva. El mayor es diplomático; el segundo, después de ICDE en Madrid, hizo un MBA, en USA, y trabaja para Repsol Internacional, en Perú; la tercera está encargada de una cátedra universitaria; la cuarta es abogado y el pequeño está haciendo Económicas.

- ¿Y su mujer?

- Isabel Gual, mallorquina, como yo, hubiera querido vivir siempre en la isla pero, al casarse conmigo, nunca vivió allá permanentemente. Tuvimos la suerte de encontrar una casa que nos gustaba, cerca del mar. La verdad es que, cuando estoy cansado, me refugio en ella. Me pongo unas alpargatas, un vestido cómodo, escucho un poco de música y leo o contemplo el mar. De esta manera se recargan las pilas muy placenteramente.

- ¿Se siente usted mediterráneo?

- Totalmente. Es mi mundo, mis raíces están en las islas. Y echo mucho de menos el mar. Estaríamos muchas horas hablando de esto...

- ¿Piensa volver definitivamente a la isla?

- Cuantos más años tengo, más huyo de palabras definitivas. Uno de mis viejos maestros me enseñó que la vida es una casa de doble alero. Si tú tienes proyectos y esperanzas, eres joven. Si tienes recuerdos, eres viejo. Es lo que dicen los orientales, cuando definen algo tan indefinible como la felicidad: “La felicidad es tener algo que hacer, alguien a quien amar y algún proyecto en qué soñar”. Pero la palabra “definitivamente” no me gusta. De vez en cuando, una vez por mes, vuelvo a Mallorca y retorno a lo que ha sido siempre. La verdad es que es un paraíso.

- ¿Pese a los alemanes?

- Es cierto que ahora se habla mucho de la “alemanización” de Mallorca. El otro día me decía un viejo amigo de la “part forana”: “Si aquí han venido todos: fenicios, romanos y cartagineses, vándalos, árabes... pero todos terminaron comiendo ensaimadas. ¡Cómo no va a ser diferente con los alemanes! ¡Si ellos también terminarán comiéndolas!” ¡La Unión Europea está ahí! Mallorca tiene una situación privilegiada para convertirse en la potencia europea de segundas residencias. Todo ello conlleva una ordenación racional de estos hechos. En el Forum de Davos, se discutió sobre lo irreversible de la libre circulación de capitales y la globalización económica. Reconociendo el hecho, se preconizaron normas para ordenar este fenómeno. En resumen, la alemanización o cualquier fenómeno similar debe ser estudiado desde las islas para encauzarlo adecuada y naturalmente, a la vez que se aprovechan sus notas positivas. Hay que salvaguardar lo nuestro que es, al fin y a la postre, lo que atrae a los alemanes. Hay que hacer un ejercicio de inteligente preservación de nuestra identidad.

- ¿Le gustaría, cuando muera, que le enterraran en la isla?

- Sí. Yo creo que el hombre debe volver a sus orígenes. El poeta dijo: “La gran palabra es volver”. Esto lo tengo clarísimo. Hay que volver a la madre tierra o echar las cenizas al mar Mediterráneo. No lo tengo aún decidido. Son como esas cosas que, cuando se le cruzan a uno por la mente, lo primero que se dice es: “Bueno, ya en parlerem (“Ya hablaremos de ello”.

Después de esta entrevista, tras un salto de seis años, volvemos a encontrarnos con Victorino Anguera. Todo le parece seguir igual, aunque también casi todo es distinto. Piensa que “en la medida en la que el tiempo te alcanza se acelera el vivir. Es como si te empujaran los que vienen detrás”. Intentamos saber qué ve él en esos años y le sale la vena más humana: “Contraste de luces y sombras, más nietos, los amigos que me parecen más entrañables, los afectos de cada día y las pequeñas cosas de siempre que valoro más que nunca. La luz de Mallorca me deslumbra más y el olor del mar y pinos me llena de recuerdos, que a su vez son próximos y lejanos, los familiares y amigos que pierdes con los que se va una parte de tu vida... España se ha estirado, somos más como debiéramos haber sido hace tiempo. Más desarrollados, más socialmente justos, más libres, más europeos, más cosmopolitas”.

Victorino se instala en el trabajo para seguir informado y actualizado. Preside el Rotary Club Madrid Puerta de Hierro, que le ayuda a sentirse solidario y a “dar de sí, antes de pensar en si”. Sigue viajando. Le interesa conocer lo que “está desapareciendo”, por ejemplo las ciudades caravaneras de Mauritania en lo más profundo del desierto. Y contradictoriamente, le interesa lo nuevo: pintura, las ciudades del futuro, China, los escaparates de Montenapoleone, en Milán, la música de siempre y tantas cosas… Su sensación es la de no poder abarcarlo todo, no poder con todo lo que se presenta cada día. “En definitiva, como decía un viejo profesor, vivo acompañado de los afectos que el tiempo no consumió, y en desafío permanente en este tiempo de frontera en el que nos ha correspondido vivir lleno de riesgos y de esperanzas”.

Seis años más tarde, Victorino Anguera moría el 28 de septiembre del 2010, en Madrid, tras una larga enfermedad.

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