domingo, 21 de agosto de 2011

De Ibiza a Madrid. Vicente Torres Sirerol. Un ibicenco empedernido viajero del mundo.




Nacido en las Pitiusas en mayo de 1921, Vicente Torres salió de la isla a principios de 1940 con la misión de cubrir una oposición de oficiales radio telegrafistas para la Marina Mercante. Su ilusión era embarcarse y pensaba que el mundo era suyo, pero no tuvo la posibilidad de hacerlo. En su lugar, la compañía Trans radio le destinó a Barcelona, en donde trabajó en las obras del aeropuerto. Más tarde tuvo a su cargo los servicios técnicos y operativos de comunicaciones, integrados en la Dirección General de Protección de Vuelos. Allí se casó y tuvo cuatro de sus siete hijos.

En 1956, fue enviado a Oklahoma, en donde permaneció un año y completó su formación con modernos sistemas de navegación electrónica y comunicaciones. Dos años más tarde, inició su trabajo en la empresa SITA (Sociedad Internacional paraTelecomunicaciones Aeronáuticas), dedicada a las comunicaciones aéreas de compañías civiles en todo el mundo, Desde entonces, vive en Madrid. Vicente Torres es el único ibicenco que ha dado la vuelta al mundo en ocho días. Pero, convertido en Caballero de la Fundación Mar Océano, prefiere hacer que su vida sea un largo viaje alrededor de sí mismo.

- En 1999, le entrevistábamos. La que sigue, es la entrevista que mantuvimos con él. Tres años más tarde, el 1 de junio del 2002, moría, en Madrid.

- Residir fuera de Ibiza no le ha hecho olvidar. Y hoy la sigue recordando.

- Cada año, al visitarla, me encuentro con muchos amigos de cuando estudié el bachillerato. Lo mismo, en Mallorca. Mi padre era ibicenco y mi madre mahonesa, por lo que me considero balear y mediterráneo del todo.

- Volar es para usted una afición y vocación ¿Desde cuándo la tuvo?

- Es algo que llevo inculcado desde pequeño, cuando empezaron a venir a Ibiza los primeros hidroaviones. Además, hice un curso de radio-navegación en la escuela de vuelos sin visibilidad de Salamanca. Las prácticas de navegación con sistemas de aquella época eran muy distintas de las de ahora. Y, siempre que he volado por razones de mi trabajo, he tenido la suerte de ser admitido en la cabina de la tripulación.

“Volar, volar y volar”

- ¿Cuántas horas de vuelo lleva usted como piloto aficionado?

- No lo sé, ya que dejé de anotarlo cuando me fui de Barcelona. Entonces tenía unas 200 horas. En mi trabajo en SITA he hecho muchos viajes. La primera vez que estuve en América volé en un Super Constelation, un avión de hélice, desde Madrid, e hicimos escala en las islas Azores. Tardamos doce o catorce horas, si no recuerdo mal. Hoy en día puedes hacerlo en siete horas. A "grosso modo”, tal vez haya llegado a las 2000 horas de vuelo.

- ¿Nuca tuvo miedo de un accidente?

- La verdad es que no. Reconozco que siempre hay un riesgo pero es muy remoto.

- Usted siguió muy de cerca la ruta del Sputnik, el primer satélite artificial, lanzado por la URSS el 2 de agosto de 1957, capaz de vencer las leyes de la atracción terrestre y de colocarse en el espacio exterior. ¿Cómo diablos se las ingenió para descubrir su ruta?

- No fue muy difícil. Los mismos rusos anunciaban los lugares y horas por donde pasaba. Yo me limité a estudiarlas detenidamente y escribí un artículo en el que describía el sistema utilizado que se publicó en “La Vanguardia” de Barcelona. En ninguna otra publicación se hizo anteriormente a dicha fecha. El satélite artificial empleó 95 minutos en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra, a una velocidad de 24.500 kilómetros por hora. Con mayor detalle, lo publiqué en noviembre del mismo año en la Revista Aeronáutica del Ministerio del Aire. Y ese mismo año recibí el premio al Mejor Artículo del Año.

- Por cierto que el Gobierno soviético, por medio de la agencia Tass, anunció el acontecimiento a bombo y platillo.

- Dijo que era “una contribución colosal a los tesoros de la ciencia y de la cultura”. Una manera sibilina de mostrar la superioridad del sistema socialista sobre el capitalista. No se olvide que acababa de empezar la carrera del espacio. Tres meses después, en el Sputnik II, colocaron en el espacio a la perra Laika y, cuatro años más tarde, metían a un hombre en la cápsula (Yuguri Gagarin). Consiguieron que otro saliera de ella y se diera un paseo espacial (Aleksei Leónov). Entretanto, los Estados Unidos lograban, el 1 de febrero de 1958, poner en órbita al Explorer I y la guerra fría llegó al espacio.

La vuelta al mundo en once días.

- Julio Verne cuenta la vuelta al mundo en ochenta días ¿Cuántos tardó usted, volando?

- La primera vez, once. Fue Madrid Lisboa con Iberia; Lisboa Johannesburgo Islas Mauricio Hong Kong, con Sud Africa; Hong Kong Tokío, con la Katai Pacific y Tokío Madrid con escala técnica en Anchorage (Alaska), con Iberia. Lo que pasa es que llegas traspapelado porque pierdes la noción del tiempo. Al ir de Oeste a Este, cada día se te hace más corto. Vas totalmente falto de sincronismo en el dormir. Pero, si lo haces al revés –la segunda vez: Madrid Londres San Francisco Los Angeles Hawii Manila Bangkok-Abu Dhabi (Golfo Pérsico) Frankfurt Madrid–, te llega igualmente el cansancio, pero por la razón contraria. En la primera ocasión tardé once días y en la segunda, trece y pico. Es una aventura muy bonita y ves cosas que, de otra forma, resulta imposible. Cuando te acercas al Polo Norte, apercibes, por ejemplo, unos colores especiales que no son auroras boreales pero que son más espectaculares, al estar el sol (según las horas) cerca del horizonte, pero debajo, durante mucho tiempo.

- ¿Se ha sentido tentado de comparar lo encontrado a lo largo del mundo con su isla?

- Yo hago siempre el chiste de que todo el mundo cree que su pueblo es el mejor, pero, en el caso de Ibiza, eso es verdad. Realmente, Ibiza es un pueblo magnífico en todos los aspectos, aunque hay que reconocer que la isla que conocí ha cambiado mucho.

- ¿También el carácter del ibicenco?

- Eso permanece. Sigue siendo acogedor. La gente es correcta y respetuosa y quiere ayudar al que viene de fuera. Somos un poco confiados, aunque tal vez ahora un poco escarmentados. En tiempos remotos se registraban peleas con algunos resultados funestos pero siempre era por cuestión de faldas. Y que conste que hablo de recuerdos porque hace mucho tiempo que no vivo allí, aunque vaya varias veces al año. La isla no se me quita de la cabeza.

- Fue usted nombrado Caballero de la Fundación Mar Océano. ¿Qué es esto?

- Se trata de una asociación desinteresada de unos trescientos miembros cuyo objetivo primordial es hacer acto de presencia en los lugares en donde España estuvo desde hace siglos. Por ejemplo, en América del Sur o en la zona del Cabo Norte, en donde viven los descendientes de los marinos españoles que, tras la batalla con Inglaterra, en la que la Armada Invencible fue diezmada, fueron a parar a unas islas de Noruega, muy cerca del Cabo Norte. Los supervivientes se quedaron allá y se casaron con noruegas. Quisimos hacer una excursión al lugar pero fue imposible llegar hasta estas islas por una serie de problemas. Estuvimos también en Mónaco, en donde fuimos recibidos por Rainero y celebramos la presencia de Carlos I y su apoyo a los Grimaldi en la formación de su principado. En otra ocasión, estuvimos en la procesión del Corpus, en Ponteáreas, en Galicia. Y en otra, en Gara Chico, Santa Cruz de Tenerife, desde donde se hacía el comercio de España con América del Sur. La segunda vuelta al mundo que llevé a cabo la hice integrado en esa asociación dentro de la cual está el Club de los 360 Grados, formado por los que dieron la vuelta a la Tierra.

- Una vuelta que les saldría carísima, supongo.

- Pues no. Nos acogimos a las tarifas minis y conseguimos reducciones en los hoteles. Lo que nos salió por algo más de 200.000 pesetas por persona.

Piloto Mayor.

- Y le nombraron también Piloto Mayor.

- Fue por mi afición a la navegación. Me construí un astrolabio, el bisabuelo del sextante. Me propuse hacer una especie de estudio de cómo navegaban los antiguos, los de los tiempos de Cristóbal Colón para ir a América, cuando todo el mundo creía que todo giraba alrededor de la Tierra. No tenían la certeza de que ésta fuera redonda, ni poseían mapas, ni cronómetros, ni una idea clara del movimiento de los astros. Y lo utilicé en mi primera vuelta al mundo. A los pilotos les hacía gracia porque ellos dominaban los modernos sistemas, pero el ancestral astrolabio nunca había estado en cabina. En lugar de ser un salto futurista de quinientos años, es otro hacia atrás. Pero yo creo que tiene más interés que hacer elucubraciones sobre lo que va a pasar. Yo las hacía sobre lo que posiblemente habría pasado.

- Tengo entendido que, en esta asociación de la que forma parte, van ustedes vestidos de uniforme.

- Sólo para los actos de tipo castrense. El mismo que empleaban los soldados de Felipe II. Las mujeres van de cantineras de la Edad Media. Para otros actos llevamos una chaqueta azul, una insignia, un pantalón blanco o gris, según sea invierno o verano, y unos zapatos en consonancia. Por ejemplo, para visitar al Arzobispo de Manila íbamos así. Pascual Barberán, un conocido y prestigioso abogado, es el presidente de esta fundación.

- Volvamos a su familia. De sus siete hijos, ninguno de ellos nació en Ibiza, pero me imagino que sí hablarán el catalán.

- Los cuatro primeros salieron de Barcelona cuando eran muy jóvenes y los tres últimos han nacido en Madrid. Pero, pese a mis largas ausencias en la isla, ni he perdido el ibicenco, ni mi mujer el catalán. Cuando la conocí, hablamos en castellano, lengua que continuamos ejercitando por inercia y por costumbre. Aunque hemos viajado mucho por Ibiza y por Menorca, donde veraneamos, mis hijos siguieron hablando el castellano y no aprendieron ni el ibicenco, ni el catalán, aunque lo entienden. Reconozco que ha sido un error nuestro, mío y de mi mujer, no haber hablado también en nuestra lengua porque no se nos ha ocurrido. Ellos podrían saber ambos idiomas: el ibicenco y el castellano. Ser bilingües sería lo ideal. Con nuestros amigos hablamos en nuestra lengua, pero en familia siempre utilizamos el castellano.

- Y el mar, ¿lo echa usted de menos?

- Mucho. Cuando vine a Madrid, tenía 18 años. Mi ilusión era embarcarme de oficial en un barco mercante. Pero se me torció el plan y se me presentó otro trabajo gracias al cual también pude viajar mucho. Mi ilusión era ver el mar y estar junto a él. Cuando llegaba a una ciudad, lo primero que hacía era irme al puerto a ver los barcos, el mar y el horizonte porque los echaba de menos. Y me siguen gustando. Los que somos de las islas tenemos metido el mar en el alma. Lejos de él, te vas acomodando sin verlo. Pero, aún así, cada vez que voy a una ciudad con puerto, todavía voy a verlo. Es algo que llevas grabado dentro de ti y de lo que no puedes ni quieres desprenderte.

- ¿Pensó alguna vez en dónde le gustaría ser enterrado cuando muera?

- Nunca lo pensé seriamente. Mi padre debe estar enterrado en África, en donde desapareció durante la guerra, cuando yo tenía tres años. Y a mi madre la tengo enterrada en Madrid. Me gustaría estar a su lado. Pero, ciertamente es algo que nunca he pensado.

Dos años y pico más tarde, moría Vicente Torres en Madrid. Su cuerpo descansa definitivamente en el cementerio madrileño de La Paz, de Colmenar.

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