Eusebio Lafuente nació en Mahón el 6 de septiembre de 1920. Su padre, militar, fue asesinado en la Guerra Civil. A finales de 1939, consiguió una prórroga para estudiar en Madrid la carrera de Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.
Eusebio Lafuente conoció, a lo largo de su vida, a personalidades isleñas revelantes que vivieron en Madrid, como Paco Sintes Obrador, artillero y secretario del Instituto de Cultura Hispánica, coronel director de la Academia de Artillería y director general de Archivos y Bibliotecas; Tejera Victori, abogado del Estado y director general de lo contencioso, o Nicolás Tudurí, de Mahón, almirante de tradición marinera que había hecho estudios en Bélgica y estaba muy impuesto en electricidad y mecánica. “A éste último, le encargaron las primeras fragatas que se hicieron en España”. Mucho antes, conoció a los Prieten Caules, uno de ellos, diputado y el otro, Ingeniero de Caminos y director del Puerto de Málaga. O a otros, como el general Ponte, gallego, marqués de Bóveda de Línea, casado con una menorquina.
Lafuente fue un gran aficionado a la bibliografía sobre Menorca e historiador en sus ratos libres. Escribió, entre otros opúsculos, “Perfil humano del doctor Orfila”, “Lady Hamilton, Lord Nelson y Menoría” y “Demasiadas trampas”, un estudio sobre el crecimiento de la Deuda Pública.
Cuando le conocí y entrevisté, en 1999, me contó sus experiencias, su vida y sus batallitas en el franquismo y en una democracia que había cambiado de nombre y trayectoria, pero no de signos de identidad. Tres años después, me enteré de su desaparición definitiva. Hoy, me permito recordar aquella larga entrevista.
“Un turismo no a cualquier precio”.
- ¿Cómo era Menorca en su juventud?
- Muy diferente a la actual. Después de la Guerra Civil, la isla tenía aproximadamente un tercio de su renta producido por la agricultura; otro tercio, por una industria ligera, tipo calzado y bisutería, y, el otro, por el turismo. La agricultura fue decayendo y representaba sólo un diez por ciento; la industria del calzado, la de bisutería y los plásticos, continuó desarrollándose, mientras que el turismo subió mucho, hasta alcanzar la mitad del producto local de la riqueza generada cada año. Menorca también se alineó a favor del turismo, que ha producido un incremento de la riqueza media, pero sin llegar éste a desequilibrarse tanto como en Mallorca. La isla quedó más retrasada por dos razones: porque lo que no queríamos los menorquines era tener un turismo a cualquier precio y de cualquier manera. Y porque siempre nos tomamos las cosas con más calma y fuimos menos agresivos.
- ¿Qué quiere decir?
- Los mallorquines siempre han tenido más condiciones para explotar la economía. En los años cuarenta, en Mallorca se ofrecían cosas similares, pese al estado en que nos dejó la guerra, en que faltaba de todo, y ellos se espabilaron mucho. Recuerdo que, cuando iba a Palma, me llamaba la atención la capacidad de captación de dinero que tenían para el que venía de fuera. Menorca, en este sentido, hemos sido menos agresivos. Eso, unido al sentimiento de querer conservar mejor la naturaleza de la cual formo parte, hace que el turismo se haya desarrollado más despacio y menos desequilibradamente.
- Tengo entendido que algún alcalde impidió los abusos con mucha energía.
- A mi juicio, cuando el movimiento hippie empezó en Ibiza, hizo más mal que bien a la isla. Entonces hubo unos intentos similares en Mahón. Y sin embargo, el alcalde de entonces, Gabriel Seguí Mercadal, compañero mío de curso y de guerra, se presentaba en la explanada del aeropuerto, y al empezar bajar hippies de los aviones, decía al guardia municipal, que era toda su fuerza armada: “Este, p'atrás”. Algo totalmente ilegal, pero él lo hacía. Y los reexpedía sin dejarles desembarcar. Así, se corrió la voz de que había un señor muy radical que mordía, si le dejaban. El caso es que, y lo digo como una alabanza a él, se consiguió eliminar esos abusos que ha padecido Ibiza. Las pocas veces que estuve allí, oí muchas quejas de la gente del campo, de los restaurantes etcétera.
- Tras doctorarse como Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, ¿cuáles fueron sus primeros trabajos profesionales?
- En aquella época, la Escuela no pertenecía a Instrucción Pública sino a lo que entonces se llamaba el Ministerio de Obras Públicas y nosotros ya salíamos destinados. Era una escuela al servicio del Ministerio para cubrir sus necesidades. Pero, en determinados casos, se dejaba salir para acudir a las empresas privadas. Yo fui destinado al puerto de Barcelona. Antes, hice unos meses de prácticas en Renfe, en espera que saliera la vacante que me interesara. Allí estuve cuatro años porque entonces se consideraba muy importante llegar a jefe de Obras Públicas y, para ello, se precisaba un mínimo de cuatro años al servicio del Estado. En este tiempo, me casé y tuve los dos primeros hijos. En total, llegamos a tener siete.
Diez años en Marruecos.
- En 1950, usted pasa a la empresa privada, siendo contratado en Marruecos.
- Allí estuve casi diez años, hasta 1959. Estaba en Inimex, una empresa española que se dedicaba a la construcción, a materiales de construcción y a la mecánica. Fabricábamos cerámica e importábamos, entre otras cosas, madera. Otra rama de esta sociedad era la mecánica y teníamos representaciones de automóviles, camiones medianos, pesados, y maquinaria para obras de construcción y para la industria. Éramos los agentes de la marca Austin Motor Corporation, y teníamos una serie de representaciones. Había un taller en donde prácticamente todos los mecánicos eran españoles.
- ¿Hubo mucha diferencia en el Marruecos de antes y el de después de la independencia?
- Por supuesto. No quiero decir que ahora no vaya mejor, pero sí que la transición se hizo mal. Si se hubiese hecho con menos brusquedad, el pueblo habría pagado menos. Con la independencia, en 1956, se marchó una gran cantidad de europeos. En la época en que yo estaba en Tánger, había 200.000 habitantes de los cuales 100.000 eran europeos. De ellos, la mitad eran españoles. Hubo una crisis muy grande pagada por los que no tenían opción ni dinero para resistir. Yo viví esa crisis y considero que eso se hizo muy mal, porque se hubiera podido suavizar mucho más. A ningún industrial le habría importado que la bandera fuera la marroquí. Nadie discutía la soberanía de Marruecos, llegada en 1967, ni que las fuerzas de Policía fueran marroquíes. Pero no se fijaron los años convenientes de transición para que la economía, que es una estructura como de cristal, resistiera el golpe. Si se hubiera hecho la transición con menos brusquedad y demagogia, otro gallo hubiera cantado.
- Aquello fue, me imagino, una experiencia inolvidable para usted.
- La verdad es que he pasado por una escuela muy dura. Porque los años de Marruecos no fueron nada fáciles. No hay que olvidar que, durante la independencia, en un pueblo de Marruecos se ha jugado al fútbol con cabezas de europeos. Una vez me fui a Rabat y me llevé a mi mujer, en un cochecito Austin. Íbamos a un restaurante de cocina indochina propiedad de los que habían venido del Viet nam con los militares franceses. Era el momento en que se estaba gestando la independencia. Y, al cruzar uno de los arcos de la muralla, nos paró la Policía francesa y nos preguntó a dónde nos dirigíamos. Les contesté la verdad, que íbamos a ese restaurante a comer. Entonces nos indicó que podíamos dar la vuelta pues hacía veinte minutos que el restaurante había sido volado por una bomba. De modo que, si mi mujer hubiera sido más puntual, que no lo ha sido en la vida, habríamos volado con él.
- Pero, en los últimos años de su estancia en Marruecos, no se limitó sólo al campo empresarial.
- En efecto, fui presidente de la Cámara Española de Comercio en Tánger, la más antigua que se creó en el extranjero. Y representante de España en la Asamblea legislativa de la zona internacional de Tánger que se regía por una régimen especial hasta que llegó la independencia de Marruecos. Para mí, la base espectacular de Tánger en los años cincuenta fue un desarrollo tremendo que se apoyaba en la libertad económica que había, lo que hacía que los tributos fueran muy bajos.
- ¿Por qué abandonó Marruecos y se vino de nuevo a España?
- Porque un año antes de terminar con mi trabajo en Tánger, la casa March me pidió que colaboraba en Copisa (Constructora Pirenaica). Me hicieron vicepresidente de ésta y pasaba parte de mi tiempo en España, unos diez días al mes. Pero, un año más tarde, me ofrecieron la subdirección de FECSA (Fuerzas Electricas de Cataluña). Entonces liquidé todo lo de Marruecos y me vine para España.
- ¿FECSA pertenecía ya a los March?
- Esa compañía internacional no pagaba a los obligacionistas españoles que la instaron, con el influjo de don Juan March, y la llevaron a la quiebra. El Grupo March la adquirió en pública subasta y la ofreció a quienes no pagaban, por el mismo precio con que la había obtenido. Pero éstos se negaron a aceptarla. Hubo el pleito de la Barcelona Traction y, definitivamente, fue ganado por el Grupo. Cuando yo llegué, convertido en subdirector general, la situación ya estaba estabilizada y controlada. Estuve siete años y medio y, de paso, era el vicepresidente de la Casa de Menorca en Barcelona.
Director de la Trasmediterránea.
- ¿Qué pasó después? Porque tengo entendido que su final en FECSA coincide con la jubilación del director general de Trasmediterránea, cuya central estaba ubicada en Madrid.
- Efectivamente. Me propusieron si quería pasar a esta compañía y, como a mí Madrid me gustaba, como me gustaba Barcelona, Marruecos y Menorca de donde soy, acepté. Por cierto que tengo presentada una instancia para que me den siete vidas. Y todavía no me han dicho que no... El caso es que me vine a Madrid en donde, entre otras cosas, fui desarrollando una empresa mixta con Marruecos para navegación en el estrecho, la Ligne Maritime du Detroit, una compañía a medias con Marruecos cuyo vicepresidente era yo, como director de Trasmediterránea. Lo cual hizo que volviera a tener relación con Marruecos, encontrándome de nuevo con alguno de los amigos que había tenido allí. Había una aportación menor del INI y del Banco Exterior de España. Al mismo tiempo era el presidente del Hogar Balear en Madrid. Estuve en Trasmediterránea hasta que el Estado compró la mayoría de las acciones, con lo cual el Grupo March se retiró totalmente.
- ¿A dónde llegaban en ese momento los barcos de la Trasmediterránea?
- Prácticamente a todos los puertos españoles. Eran líneas de soberanía. Incluidas las del estrecho que iban a Ceuta y a Tánger. Había una línea de Málaga a Melilla y otra a Guinea Ecuatorial, que entonces se consideraba territorio español. Llegaban del Cantábrico y del Mediterráneo hasta Canarias, de la costa española a Guinea, a parte de las interinsulares y del Estrecho.
- ¿Por qué el Estado absorbió totalmente la Trasmediterránea?
- A mí me parece que fue un error gordo porque yo, que soy un funcionario del Estado, no creo para nada en la capacidad del mismo para administrar empresas económicas porque no está preparado para hacer estas cosas. Además, si hay alguien que cubre esas líneas ¿para qué tiene que cubrirlas el Estado? Para mí estabilizar es un error. El Estado tiene que preocuparse de una serie de cosas de las que no sé si se preocupa bastante, y en cambio, no debe hacerlo en lo que le sale mal y que es una tentación para algunos desaprensivos. No puede ser que el Estado funcione mejor que una empresa privada y la prueba es evidente. Desconfío del Estado como gerente de empresas, quizás porque soy un funcionario del Estado.
- Al dejar la Trasmediterránea, en 1978, ¿abandona del todo al Grupo March?
- No, porque ingresé en el Banco de Progreso que también pertenecía a este grupo. Fui el adjunto al vicepresidente ejecutivo, Rogelio Minobis, que había nacido en Figueras pero que estaba muy relacionado con Mallorca, al ser su mujer mallorquina. Había sido consejero de Trasmediterránea cuando yo era director general y era una persona de una eficacia tremenda. Me llevaba muy bien con él. Murió, desgraciadamente, antes de lo que era presumible, de cáncer. En este Banco estuve hasta que me jubilé, a los 65 años.
A caballo entre Madrid y Menorca.
- Desde entonces ¿a qué se dedica?
- A sobrevivir. Entre mis hermanos, tenemos unos intereses pequeños en Menorca. Se trata de una sociedad de la que soy presidente y cada mes y medio paso ocho o diez días en la isla. En verano, dos meses y medio. En fin, que distribuyo la vida entre Madrid y Menorca. Pero no de vacaciones, sino trabajando. Luego, tengo la manía de escribir sobre cosas de Menorca y de recoger todos los libros aparecidos sobre esta isla.
- Y sus hijos, ¿hablan el menorquín, como usted?
- De todos ellos, sólo Margarita, que vive en Palma, es la única que lo habla correctamente.
- ¿En qué se diferencian los menorquines de los mallorquines y de los ibicencos?
- Yo creo que, en el fondo, es lo mismo. Muchos de los apellidos de Menorca proceden de Mallorca, aunque a su vez tengan otro origen. Mi padre se llamaba Lafuente Vanrell, nombre que viene de Mallorca y a la vez éstos vienen de Valencia y de Catalunya. Otros vienen directamente del Rosellón. El menorquín es igual que el mallorquín, con un poco más de influencias de otros lados. Pero, al contrario de los menorquines, los mallorquines no tienen, en su lengua ninguna palabra inglesa. Básicamente el menorquín se diferencia un poco del mallorquín en la forma de hablar, pero la raza es la misma.
- La raza tal vez, pero no el queso. Por cierto ¿qué ha pasado con el famoso queso mahonés parte de cuya empresa ha sido vendida a una empresa de fuera de la isla?
Eusebio Lafuente conoció, a lo largo de su vida, a personalidades isleñas revelantes que vivieron en Madrid, como Paco Sintes Obrador, artillero y secretario del Instituto de Cultura Hispánica, coronel director de la Academia de Artillería y director general de Archivos y Bibliotecas; Tejera Victori, abogado del Estado y director general de lo contencioso, o Nicolás Tudurí, de Mahón, almirante de tradición marinera que había hecho estudios en Bélgica y estaba muy impuesto en electricidad y mecánica. “A éste último, le encargaron las primeras fragatas que se hicieron en España”. Mucho antes, conoció a los Prieten Caules, uno de ellos, diputado y el otro, Ingeniero de Caminos y director del Puerto de Málaga. O a otros, como el general Ponte, gallego, marqués de Bóveda de Línea, casado con una menorquina.
Lafuente fue un gran aficionado a la bibliografía sobre Menorca e historiador en sus ratos libres. Escribió, entre otros opúsculos, “Perfil humano del doctor Orfila”, “Lady Hamilton, Lord Nelson y Menoría” y “Demasiadas trampas”, un estudio sobre el crecimiento de la Deuda Pública.
Cuando le conocí y entrevisté, en 1999, me contó sus experiencias, su vida y sus batallitas en el franquismo y en una democracia que había cambiado de nombre y trayectoria, pero no de signos de identidad. Tres años después, me enteré de su desaparición definitiva. Hoy, me permito recordar aquella larga entrevista.
“Un turismo no a cualquier precio”.
- ¿Cómo era Menorca en su juventud?
- Muy diferente a la actual. Después de la Guerra Civil, la isla tenía aproximadamente un tercio de su renta producido por la agricultura; otro tercio, por una industria ligera, tipo calzado y bisutería, y, el otro, por el turismo. La agricultura fue decayendo y representaba sólo un diez por ciento; la industria del calzado, la de bisutería y los plásticos, continuó desarrollándose, mientras que el turismo subió mucho, hasta alcanzar la mitad del producto local de la riqueza generada cada año. Menorca también se alineó a favor del turismo, que ha producido un incremento de la riqueza media, pero sin llegar éste a desequilibrarse tanto como en Mallorca. La isla quedó más retrasada por dos razones: porque lo que no queríamos los menorquines era tener un turismo a cualquier precio y de cualquier manera. Y porque siempre nos tomamos las cosas con más calma y fuimos menos agresivos.
- ¿Qué quiere decir?
- Los mallorquines siempre han tenido más condiciones para explotar la economía. En los años cuarenta, en Mallorca se ofrecían cosas similares, pese al estado en que nos dejó la guerra, en que faltaba de todo, y ellos se espabilaron mucho. Recuerdo que, cuando iba a Palma, me llamaba la atención la capacidad de captación de dinero que tenían para el que venía de fuera. Menorca, en este sentido, hemos sido menos agresivos. Eso, unido al sentimiento de querer conservar mejor la naturaleza de la cual formo parte, hace que el turismo se haya desarrollado más despacio y menos desequilibradamente.
- Tengo entendido que algún alcalde impidió los abusos con mucha energía.
- A mi juicio, cuando el movimiento hippie empezó en Ibiza, hizo más mal que bien a la isla. Entonces hubo unos intentos similares en Mahón. Y sin embargo, el alcalde de entonces, Gabriel Seguí Mercadal, compañero mío de curso y de guerra, se presentaba en la explanada del aeropuerto, y al empezar bajar hippies de los aviones, decía al guardia municipal, que era toda su fuerza armada: “Este, p'atrás”. Algo totalmente ilegal, pero él lo hacía. Y los reexpedía sin dejarles desembarcar. Así, se corrió la voz de que había un señor muy radical que mordía, si le dejaban. El caso es que, y lo digo como una alabanza a él, se consiguió eliminar esos abusos que ha padecido Ibiza. Las pocas veces que estuve allí, oí muchas quejas de la gente del campo, de los restaurantes etcétera.
- Tras doctorarse como Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, ¿cuáles fueron sus primeros trabajos profesionales?
- En aquella época, la Escuela no pertenecía a Instrucción Pública sino a lo que entonces se llamaba el Ministerio de Obras Públicas y nosotros ya salíamos destinados. Era una escuela al servicio del Ministerio para cubrir sus necesidades. Pero, en determinados casos, se dejaba salir para acudir a las empresas privadas. Yo fui destinado al puerto de Barcelona. Antes, hice unos meses de prácticas en Renfe, en espera que saliera la vacante que me interesara. Allí estuve cuatro años porque entonces se consideraba muy importante llegar a jefe de Obras Públicas y, para ello, se precisaba un mínimo de cuatro años al servicio del Estado. En este tiempo, me casé y tuve los dos primeros hijos. En total, llegamos a tener siete.
Diez años en Marruecos.
- En 1950, usted pasa a la empresa privada, siendo contratado en Marruecos.
- Allí estuve casi diez años, hasta 1959. Estaba en Inimex, una empresa española que se dedicaba a la construcción, a materiales de construcción y a la mecánica. Fabricábamos cerámica e importábamos, entre otras cosas, madera. Otra rama de esta sociedad era la mecánica y teníamos representaciones de automóviles, camiones medianos, pesados, y maquinaria para obras de construcción y para la industria. Éramos los agentes de la marca Austin Motor Corporation, y teníamos una serie de representaciones. Había un taller en donde prácticamente todos los mecánicos eran españoles.
- ¿Hubo mucha diferencia en el Marruecos de antes y el de después de la independencia?
- Por supuesto. No quiero decir que ahora no vaya mejor, pero sí que la transición se hizo mal. Si se hubiese hecho con menos brusquedad, el pueblo habría pagado menos. Con la independencia, en 1956, se marchó una gran cantidad de europeos. En la época en que yo estaba en Tánger, había 200.000 habitantes de los cuales 100.000 eran europeos. De ellos, la mitad eran españoles. Hubo una crisis muy grande pagada por los que no tenían opción ni dinero para resistir. Yo viví esa crisis y considero que eso se hizo muy mal, porque se hubiera podido suavizar mucho más. A ningún industrial le habría importado que la bandera fuera la marroquí. Nadie discutía la soberanía de Marruecos, llegada en 1967, ni que las fuerzas de Policía fueran marroquíes. Pero no se fijaron los años convenientes de transición para que la economía, que es una estructura como de cristal, resistiera el golpe. Si se hubiera hecho la transición con menos brusquedad y demagogia, otro gallo hubiera cantado.
- Aquello fue, me imagino, una experiencia inolvidable para usted.
- La verdad es que he pasado por una escuela muy dura. Porque los años de Marruecos no fueron nada fáciles. No hay que olvidar que, durante la independencia, en un pueblo de Marruecos se ha jugado al fútbol con cabezas de europeos. Una vez me fui a Rabat y me llevé a mi mujer, en un cochecito Austin. Íbamos a un restaurante de cocina indochina propiedad de los que habían venido del Viet nam con los militares franceses. Era el momento en que se estaba gestando la independencia. Y, al cruzar uno de los arcos de la muralla, nos paró la Policía francesa y nos preguntó a dónde nos dirigíamos. Les contesté la verdad, que íbamos a ese restaurante a comer. Entonces nos indicó que podíamos dar la vuelta pues hacía veinte minutos que el restaurante había sido volado por una bomba. De modo que, si mi mujer hubiera sido más puntual, que no lo ha sido en la vida, habríamos volado con él.
- Pero, en los últimos años de su estancia en Marruecos, no se limitó sólo al campo empresarial.
- En efecto, fui presidente de la Cámara Española de Comercio en Tánger, la más antigua que se creó en el extranjero. Y representante de España en la Asamblea legislativa de la zona internacional de Tánger que se regía por una régimen especial hasta que llegó la independencia de Marruecos. Para mí, la base espectacular de Tánger en los años cincuenta fue un desarrollo tremendo que se apoyaba en la libertad económica que había, lo que hacía que los tributos fueran muy bajos.
- ¿Por qué abandonó Marruecos y se vino de nuevo a España?
- Porque un año antes de terminar con mi trabajo en Tánger, la casa March me pidió que colaboraba en Copisa (Constructora Pirenaica). Me hicieron vicepresidente de ésta y pasaba parte de mi tiempo en España, unos diez días al mes. Pero, un año más tarde, me ofrecieron la subdirección de FECSA (Fuerzas Electricas de Cataluña). Entonces liquidé todo lo de Marruecos y me vine para España.
- ¿FECSA pertenecía ya a los March?
- Esa compañía internacional no pagaba a los obligacionistas españoles que la instaron, con el influjo de don Juan March, y la llevaron a la quiebra. El Grupo March la adquirió en pública subasta y la ofreció a quienes no pagaban, por el mismo precio con que la había obtenido. Pero éstos se negaron a aceptarla. Hubo el pleito de la Barcelona Traction y, definitivamente, fue ganado por el Grupo. Cuando yo llegué, convertido en subdirector general, la situación ya estaba estabilizada y controlada. Estuve siete años y medio y, de paso, era el vicepresidente de la Casa de Menorca en Barcelona.
Director de la Trasmediterránea.
- ¿Qué pasó después? Porque tengo entendido que su final en FECSA coincide con la jubilación del director general de Trasmediterránea, cuya central estaba ubicada en Madrid.
- Efectivamente. Me propusieron si quería pasar a esta compañía y, como a mí Madrid me gustaba, como me gustaba Barcelona, Marruecos y Menorca de donde soy, acepté. Por cierto que tengo presentada una instancia para que me den siete vidas. Y todavía no me han dicho que no... El caso es que me vine a Madrid en donde, entre otras cosas, fui desarrollando una empresa mixta con Marruecos para navegación en el estrecho, la Ligne Maritime du Detroit, una compañía a medias con Marruecos cuyo vicepresidente era yo, como director de Trasmediterránea. Lo cual hizo que volviera a tener relación con Marruecos, encontrándome de nuevo con alguno de los amigos que había tenido allí. Había una aportación menor del INI y del Banco Exterior de España. Al mismo tiempo era el presidente del Hogar Balear en Madrid. Estuve en Trasmediterránea hasta que el Estado compró la mayoría de las acciones, con lo cual el Grupo March se retiró totalmente.
- ¿A dónde llegaban en ese momento los barcos de la Trasmediterránea?
- Prácticamente a todos los puertos españoles. Eran líneas de soberanía. Incluidas las del estrecho que iban a Ceuta y a Tánger. Había una línea de Málaga a Melilla y otra a Guinea Ecuatorial, que entonces se consideraba territorio español. Llegaban del Cantábrico y del Mediterráneo hasta Canarias, de la costa española a Guinea, a parte de las interinsulares y del Estrecho.
- ¿Por qué el Estado absorbió totalmente la Trasmediterránea?
- A mí me parece que fue un error gordo porque yo, que soy un funcionario del Estado, no creo para nada en la capacidad del mismo para administrar empresas económicas porque no está preparado para hacer estas cosas. Además, si hay alguien que cubre esas líneas ¿para qué tiene que cubrirlas el Estado? Para mí estabilizar es un error. El Estado tiene que preocuparse de una serie de cosas de las que no sé si se preocupa bastante, y en cambio, no debe hacerlo en lo que le sale mal y que es una tentación para algunos desaprensivos. No puede ser que el Estado funcione mejor que una empresa privada y la prueba es evidente. Desconfío del Estado como gerente de empresas, quizás porque soy un funcionario del Estado.
- Al dejar la Trasmediterránea, en 1978, ¿abandona del todo al Grupo March?
- No, porque ingresé en el Banco de Progreso que también pertenecía a este grupo. Fui el adjunto al vicepresidente ejecutivo, Rogelio Minobis, que había nacido en Figueras pero que estaba muy relacionado con Mallorca, al ser su mujer mallorquina. Había sido consejero de Trasmediterránea cuando yo era director general y era una persona de una eficacia tremenda. Me llevaba muy bien con él. Murió, desgraciadamente, antes de lo que era presumible, de cáncer. En este Banco estuve hasta que me jubilé, a los 65 años.
A caballo entre Madrid y Menorca.
- Desde entonces ¿a qué se dedica?
- A sobrevivir. Entre mis hermanos, tenemos unos intereses pequeños en Menorca. Se trata de una sociedad de la que soy presidente y cada mes y medio paso ocho o diez días en la isla. En verano, dos meses y medio. En fin, que distribuyo la vida entre Madrid y Menorca. Pero no de vacaciones, sino trabajando. Luego, tengo la manía de escribir sobre cosas de Menorca y de recoger todos los libros aparecidos sobre esta isla.
- Y sus hijos, ¿hablan el menorquín, como usted?
- De todos ellos, sólo Margarita, que vive en Palma, es la única que lo habla correctamente.
- ¿En qué se diferencian los menorquines de los mallorquines y de los ibicencos?
- Yo creo que, en el fondo, es lo mismo. Muchos de los apellidos de Menorca proceden de Mallorca, aunque a su vez tengan otro origen. Mi padre se llamaba Lafuente Vanrell, nombre que viene de Mallorca y a la vez éstos vienen de Valencia y de Catalunya. Otros vienen directamente del Rosellón. El menorquín es igual que el mallorquín, con un poco más de influencias de otros lados. Pero, al contrario de los menorquines, los mallorquines no tienen, en su lengua ninguna palabra inglesa. Básicamente el menorquín se diferencia un poco del mallorquín en la forma de hablar, pero la raza es la misma.
- La raza tal vez, pero no el queso. Por cierto ¿qué ha pasado con el famoso queso mahonés parte de cuya empresa ha sido vendida a una empresa de fuera de la isla?
- Una empresa extrajera, la Craft, compró El Caserío, un queso fundido en porciones y algunos otros productos derivados. Pero luego está Coinga, una cooperativa completamente independiente e insular que vende un queso excelente y que está remontando. Mi hermano es el presidente, con lo cual yo estimo que va muy bien. Sus socios son los campesinos y los propietarios agrícolas menorquines. Luego está la tercera rama que es la fabricación artesanal de quesos en las fincas.
Bibliófilo de Menorca.
- ¿Cuántos libros de Menorca ha conseguido reunir?
- Los he contado por un procedimiento no muy exacto. Que es coger el fichero y ver cuántos caben en un centímetro. Es muy difícil averiguarlo porque uno no sabe dónde acaba el libro y dónde empieza el folleto. La verdad es que no lo sé. Son de todas las épocas y abarcan todas las materias. Como miembro de la Asociació de Bibliofils de Barcelona, compuesta por unos 150 miembros, siempre me he relacionado con esa clase de libros. El que fuera presidente y ahora es vicepresidente, Motobio Jover, un abogado que está casado con una señora de Ciudadela, hace igualmente colección de libros de Menorca.
Cuatro años y medio después de esta entrevista, Eusebio Lafuente moría en Madrid, el 1 de octubre del 2002. Su cuerpo fue conducido al panteón familiar de Mahón, en donde deseaba reposar. De nuestra entrevista aún recordamos sus palabras a nuestra última pregunta:
- ¿Un epitafio para su tumba?
- Que no me pongan nada. De todas formas se van a olvidar. En Catalunya había una costumbre según la cual, cuando una persona se moría, después de amortajarla, la dejaban sola y la población se iba a la Iglesia a rezar por él. Porque consideraban que aquello ya no era él, sino los restos mortales físicos de una persona que ya no estaba allí. Los que se preocupan mucho de su posteridad, a mi juicio, harían mejor en preocuparse de su futuro, que de ese sí me estoy preocupando. Igual que me preocupé de ingresar en Caminos, creo que mucho más importante para el día de mañana es poder ingresar en donde yo quiero ir allá arriba. Eso sí me preocupa. No, mi epitafio, que ni está redactado ni lo estará.
Bibliófilo de Menorca.
- ¿Cuántos libros de Menorca ha conseguido reunir?
- Los he contado por un procedimiento no muy exacto. Que es coger el fichero y ver cuántos caben en un centímetro. Es muy difícil averiguarlo porque uno no sabe dónde acaba el libro y dónde empieza el folleto. La verdad es que no lo sé. Son de todas las épocas y abarcan todas las materias. Como miembro de la Asociació de Bibliofils de Barcelona, compuesta por unos 150 miembros, siempre me he relacionado con esa clase de libros. El que fuera presidente y ahora es vicepresidente, Motobio Jover, un abogado que está casado con una señora de Ciudadela, hace igualmente colección de libros de Menorca.
Cuatro años y medio después de esta entrevista, Eusebio Lafuente moría en Madrid, el 1 de octubre del 2002. Su cuerpo fue conducido al panteón familiar de Mahón, en donde deseaba reposar. De nuestra entrevista aún recordamos sus palabras a nuestra última pregunta:
- ¿Un epitafio para su tumba?
- Que no me pongan nada. De todas formas se van a olvidar. En Catalunya había una costumbre según la cual, cuando una persona se moría, después de amortajarla, la dejaban sola y la población se iba a la Iglesia a rezar por él. Porque consideraban que aquello ya no era él, sino los restos mortales físicos de una persona que ya no estaba allí. Los que se preocupan mucho de su posteridad, a mi juicio, harían mejor en preocuparse de su futuro, que de ese sí me estoy preocupando. Igual que me preocupé de ingresar en Caminos, creo que mucho más importante para el día de mañana es poder ingresar en donde yo quiero ir allá arriba. Eso sí me preocupa. No, mi epitafio, que ni está redactado ni lo estará.
Cómo puedo contactar con el periodista que hizo esta entrevista a mi padre? Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMargarita Lafuente
Me alegro, Marga, que te haya gustado la entrevista con tu padre. No te conozco, pero me imagino que tú continúas con el talante de tu padre. Si deseas ponerte en conttacto conmigo sólo tienes que contactarme con mi E.Mail,Santiago-miro@hotmail.com
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