viernes, 19 de agosto de 2011

Concha García Campoy. Una todoterreno.



Hija de padres inmigrantes de Andalucía y Catalunya, Concha García Campoy nace dos veces: una en Tarrasa (Barcelona), el 28 de octubre de l958, y la segunda en Ibiza, a los siete años. En el año 1962, su familia fue víctima de unas riadas que desbordaron el río Llobregat y acabaron con numerosas casas. En el trágico suceso murió mucha gente. Ella misma, su hermana y sus padres, en un momento de confusión, fueron dados por muertos. Luego, fueron a vivir a unas casas provisionales de madera, barracones construidos para los damnificados y pasaron allí tres años más. Hasta que, aprovechándose de un familiar que era el jefe de obras de la empresa que construyó el antiguo aeropuerto de Ibiza, se instalaron en la isla, en 1965.

Cuando llega de niña a la capital pitiusa, sus padres abren una tienda de comestibles, y se aprovechan de la época del despegue turístico. Luego, otra de souvenirs, en la que venden gitanas de plástico, toros y todas las horteradas compradas por los turistas. Y, finalmente, un restaurante cerca de la playa, en las Figueretas.

- En la isla, usted comienza a trabajar detrás de un mostrador.

- Lo que me sirvió mucho para comunicarme con los demás. El trato con los clientes fue una escuela para mí. Luego, desde que cumplí los veinte años a los cuarenta, he trabajado en todas las emisoras de radio –en La Cope, en Radio Nacional, en Antena 3, en la Ser...– en la prensa y en la Televisión, y he llegado a ser una de las periodistas de moda del momento.

- Volvamos un poco atrás. ¿Recuerda su llegada a la isla?

- Aquello fue como ver la luz después de estar en la oscuridad. Todo lo que nos había sucedido había sido tan complicado, perentorio y provisional, que llegar a Ibiza y empezar a despegar en un sitio en donde teníamos una playa delante en la que nos podíamos bañar y disfrutar de un paisaje maravilloso fue como un sueño. Recuerdo que, al llegar a la isla, empecé a soñar en colores. Mi madre, llorando, se sentada en la playa al ver el panorama que tenía por delante. Y mi padre decía que, si teníamos que morir, aquel era el lugar más adecuado. De hecho, jamás volvieron a plantearse el cambiarse de lugar para vivir.

- Eran entonces dos hermanas...

- Mi hermana y yo ayudábamos mucho a mis padres en el restaurante, en la tienda de souvenirs, y teníamos la experiencia del contacto con la gente y ese espíritu un poco fenicio y comerciante. Siempre estuvimos unidas como una piña. El tercer hermano nació después.

“Encontré el periodismo muy flojo”.

-¿Trabajaba y estudiaba al mismo tiempo?

- Dedicábamos nuestros ratos libres al estudio. Cursé el bachillerato pero, a partir del Cou, ya no se podía hacer nada. Así que, a los 16 años, estudié periodismo en Ciencias de la Información, de la Universidad de Barcelona. Recuerdo que iba y venía a Ibiza, en donde me pasaba los veranos. En ese tiempo, me dio una especie de ataque por el estudio. Encontraba el periodismo muy flojo y no me parecía una carrera seria. Así que empecé Ciencias Económicas, estudios que compatibilizaba con el periodismo, hasta que llegó un momento en que no pude más y dejé las Ciencias Económicas. Fue en tercero y luego empecé Filología Hispánica. Me había metido en tantos compromisos de estudios que pasé un momento de crisis. El último año de periodismo, en el 79 –había dejado también la Filología–, me salió un trabajo en Radio Popular de Ibiza. Allí estuve por lo menos cinco años. Simultáneamente, colaboraba en el periódico Última Hora.

- ¿Qué pasó en 1984, con su primer contacto con Televisión?

- Al abrirse el Centro Regional de Televisión Española, hubo unas oposiciones. Curiosamente, me llamaron para que me presentara. Entendía perfectamente el catalán, pero, a partir de ese momento, me obligué a hablarlo para poder trabajar en televisión y saqué la plaza con el número uno. A los seis meses, me llamaron para que presentara al telediario nacional.

-¿Quién la llamó?

- Enrique Vázquez, director de los Servicios Informativos, a quien Fernando Delgado le había hablado de mí. A Delgado le había conocido accidentalmente, a raíz de unos encuentros culturales que organizábamos en Ibiza. Entonces dirigía Radio 3, de Radio Nacional de España, y posteriormente sería director de la misma. Vázquez me dijo que estaban buscando talentos y que si, al día siguiente, podía estar en Madrid. Fue un año antes de entrar en la Televisión Nacional. Me presenté y me hicieron, junto a Beatriz Bécquer, que era subdirectora de Radio Nacional y a Jordi González, entonces jefe de Comunicación de la Casa Real, unas pruebas para presentar el Telediario. Ninguno de los tres salimos elegido, sino Pepe Navarro al que pusieron como presentador, cosa que a él tampoco le encajaba. Y nos olvidamos del tema hasta que, un año después, cuando ya estaba en la plantilla de Televisión y en el Centro Regional, me volvieron a llamar para presentar el Telediario.

- Una historia muy curiosa

- Y muy bonita para mí, porque fui por primera vez a Madrid no porque alguien me hubiera enchufado, sino porque ya tenía una plaza por ese examen. Pero aquel gesto y aquella fe de Fernando Delgado me sorprendió. Siempre fue muy delicado. Me protegió inicialmente porque era responsabilidad suya, y, para que no me sintiera tan sola, me presentó algunos amigos suyos. Pero muy rápidamente se quedó en un segundo plano. Y nunca pidió nada a cambio. Al pasar los años, lo hemos hablado muchas veces. A mí me hizo mucha gracia que la SER le ofreciese el programa de fin de semana “A vivir que son dos días” junto con un equipo con el mismo esquema que cuando yo lo creé en esta emisora. E hizo lo que yo había hecho antes. Y a mí eso me parecen piruetas de la vida que se me antojan muy divertidas.

- Lo mismo que José María Calviño, entonces Director General de Televisión Española, que luego fue tertuliano suyo…

- Los presentadores teníamos entonces una consideración muy especial cuando no éramos más que periodistas y algunas, como yo, muy a medio hacer. Ni estaba rodada, ni conocía a nadie en Madrid y sólo tenía una experiencia muy local, con lo cual lo único que yo podía ofrecer en aquel entonces era la frescura de una persona joven que tenía cierto aplomo pero, al fin y al cabo, una periodista cuya popularidad estaba muy por encima de su capacidad profesional. Bueno, pues yo llegué y Calviño hablaba directamente conmigo.

Tres años de felicidad total en Televisión Española.

- Era usted muy joven, entonces.

- Tenía 26 años y estaba casada en Ibiza con el abogado ibicenco, Jaime Roig. No tenía intención de quedarme en Madrid, que me impresionaba un poco, e hice prometer a José María Calviño que, a los seis meses, me liberarían sin perder mi plaza en la isla. Pero, a los seis meses, ya estaba enganchadísima. Había descubierto un mundo completamente nuevo, en el que me esperaba toda clase de zancadillas, puñaladas y malas historias. Pero, curiosamente, cuando yo llego a Televisión Española, se produce una renovación muy importante. Lo malo es llegar a un sitio y estar sola en un entorno ya muy instalado. Pero, en ese caso, había al menos cincuenta personas nuevas. Ángeles Caso, Lobatón, Manuel Campo Vidal y otros que estaban allí me ayudaron muchísimo en aquel entonces. Y yo pasé tres años de una felicidad total, aprendiendo muchas cosas.

- ¿Por qué abandonó la tele, si estaba tan bien?

- Porque llegó un momento, que me estaba enquistando en lo que es una pura imagen. Coincidió con la llegada de Pilar Miró, que era muy buena Directora General en la programación de cine y de series, pero que no dominaba los informativos que perdieron mucho fuelle. Justo en ese momento me llamaron de la SER para que fuera a dirigir los fines de semana. Vi una oportunidad magnífica para hacerme una periodista y dejar de lado mi aspecto de presentadora. Pensé: “Si sigo aquí, puedo acabar con cualquier cambio de criterio de un nuevo Director General que no le guste mi cargo”. Yo no era más que eso o muy poco más. Sabía que tenía que hacer periodismo a pie de calle y de obra, e infiltrarme en los lugares más insospechados, cosas que, en televisión, no había hecho. Me pareció una idea estupenda y un buen momento para dejar la televisión en la que ya empezaba a no encontrarme tan bien. Y, ante esta oferta de empezar de nuevo en una historia de radio, opté por ella.

- Sin embargo, su cambio no fue igualmente interpretado por todos por igual.

- Mucha gente se escandalizó porque abandonaba voluntariamente la presentación de los Telediarios que, en la época del monopolio televisivo, tenían una audiencia masiva, de veinte millones de personas. La popularidad, en aquellos momentos, era desbordante. Yo lo miraba desde fuera, como una espectadora, porque todo aquello me hacía mucha gracia. En el fondo, me parecía tan divertido y me lo pasaba tan bien... Pero, en un momento dado, me asustó porque veía que la popularidad me aislaba mucho. Sin embargo, nadie comprendía cómo iba a hacer un programa de radio de fin de semana cuando este espacio no existía en la radio, salvo los deportes por la tarde, y cómo iba a dejar algo tan brillante y tan florido como la televisión. No sabía si me iba a estrellar. Pero estaba segura de que así no podía seguir.

En la cresta de las ondas

- ¿Y, afortunadamente, no se estrelló?

- Mi primera habilidad es saber rodearme de gente inteligente y lista. En 1986 había pasado esporádicamente en Radio Nacional, cuando, repentinamente, Julio César Iglesias, el director de las mañanas de Radio 1, se fue a la SER. Fernando Delgado me llamó entonces, mientras continuaba con el Telediario. Fue mi primera experiencia radiofónica de dirección de un grupo, y allí conocí a Lorenzo Díaz, con el que luego me casé, que es mi segundo marido, y a Javier Riollo, que es un periodista y guionista espléndido que estaba allí. Así que, cuando me voy a la Radio, tengo claro que debo ir con ellos. Porque los guionistas en la radio son muy escasos y yo sabía que tenía que hacer mucho y muy bien. Impuse la contratación de esas personas y, a partir de ahí, formé un equipo y nos salió todo redondo.

- Cuesta creer que fuera más rentable trabajar en la Radio que en la Televisión.

- Pues es así. Con la salida de Televisión y la entrada en la Radio tripliqué mi sueldo. El de la Televisión era de doscientas cuarenta mil pesetas. Hoy se gana bastante más. Pero, en ese tiempo, no era mucho porque vivir en Madrid, en un apartamento de 35 metros cuadrados, valía 60.000 y yo iba a Ibiza todos los fines de semana. Así que me salía lo comido por lo servido. Pero era una promoción y una popularidad muy grande que luego, sin duda, fue importante para que me llamaran para la Radio. Sin el apoyo de esta popularidad, evidentemente, no creo que hubiera conseguido la confianza de esta gente.

- ¿Cuánto tiempo aguantó en las ondas?

- Ahí estuve desde 1988 hasta 1994. Después de hacer “A vivir que son dos días”, la propia empresa, cuando Prisa entró en Antena 3 Radio, me envió para dirigir las mañanas de Antena 3. Hacía “Días de Radio”, pero Antena 3, con el Grupo Prisa, duró un año nada más. Despareció y fue absorbida por el Grupo. Me ofrecieron de nuevo “A vivir que son dos días”. Pero, después de haber salido, no me apetecía volver a hacer lo mismo. Y, justo en ese momento, tuve una oferta en Onda Cero para llevar un espacio que era de las 23 horas a las 2 de la madrugada. Mi ilusión era el pensar que, si habíamos abierto una brecha en el fin de semana, podíamos abrir otra con “Noches de radio”, en un espacio tradicionalmente dedicado al deporte. Estuve un año así pero, finalmente, la empresa me ofreció dirigir “La brújula”, de ocho de la tarde a doce de la noche, un informativo con tertulia política.

- Estuvo usted en radio, en televisión y en la prensa escrita. ¿Cuál de los tres medios le interesa más?

- El medio en el que yo pensaba que iba a hacer más cosas era la Televisión. Pero mi medio natural creo que es la Radio. Quizás porque en ella siempre he podido hacer exactamente lo que he querido. Siempre me han dejado elegir, dirigir mis propios equipos y hacer lo que he querido. En ella me he sentido completamente libre. En Televisión, sin contar con experiencia, tuve una proyección pública grandísima. Pero, en ella, todo ha sido más complicado. Durante seis meses, dirigí un programa en TVE 2 llamado “Mira 2”. Eran dos personajes que analizaban la realidad. A partir de entonces, la Televisión que se ha hecho es de mucho espectáculo, muy respetable, pero en la que no me he visto encajar bien. En cambio, siempre he escrito. Hice algún proyecto que no fue aceptado aquí, sino que me lo han comprado en el extranjero. También estuve en El País. La prensa siempre me ha servido un poco para recreo. Y nunca hice nada que me obligara a darme prisa. Porque para correr ya me bastaba la Televisión.

Una mujer con suerte.

- ¿Cuántas entrevistas lleva realizadas a lo largo de su carrera periodística y cuál le ha impactado más?

- Entre todos los medios, quizás miles. Ya ni puedo recordarlo. Porque, en el magazin de una sola mañana puedo haber hecho quince, algunas en profundidad, otras que duraban unos minutos. Me ha impactado sobre todo la gente que ha tenido una peripecia vital interesante y muchas veces ha sido poco conocida. Por ejemplo, Eugenio Granell, un pintor surrealista que estuvo 50 años exiliado y que volvió, en el año 80, a Madrid. Una persona con peripecia y con un sentido positivo de la vida, que ha conocido todo y ha tenido un interés político, cultural y humano. Y me he encontrado con gente muy completa. Mis amigos me dicen que me gusta la gerontocracia. Pero es que a mí la gente con experiencia y con cosas que contar y que sigue teniendo la idea de vivir me llama poderosamente la atención. En Ibiza, un personaje muy importante fue el pintor alemán Will Faber que llegó a la isla en 1934, huyendo del genocidio nazi y estuvo viviendo en la isla durante muchos años. Todo un descubrimiento para mí. Esta clase de gente a mí me impacta. De una manera más formal me interesó mucho la Reina que entrevisté para El País. Tuve acceso con ella en su casa. Luego me he encontrado con gente muy seductora en la política, tipo Adolfo Suárez. Pero, normalmente, me interesan mucho más quienes tienen que ver con la pintura, la literatura o viven la vida muy intensamente, que la gente con una gran notoriedad pero que, al estar obligada a dar una determinada imagen, siempre acaba contando las mismas historias.

- Y, por si fuera poco, se dedicó también a escribir algún libro.

- En realidad son recopilaciones de entrevistas efectuadas en la Radio o en la Prensa. “Interiores” son los trabajos que hice en El País y “La doble mirada”, en la Revista del Mundo. Estos últimos los hice al alimón con Ouca Lele, la fotógrafa pintora. Yo hacía mis entrevistas y ella, con su técnica para pintar, las fotografías.

- ¿Qué cree que sería de Concha García Company sin los medios de comunicación?

- No lo sé porque los elegí para trabajar y se funden en mi vida. No distingo demasiado una cosa de la otra: lo que es mi trabajo y lo que es mi vida. Sí entiendo lo que es mi privacidad de lo que es mi trabajo público. Pero, al final, el trabajo también te va formando. A mí los medios de comunicación me han dado más seguridad para ir por la vida. De las entrevistas he procurado aprender cosas que me aprovechan para saber vivir. He ido fagocitando todas las experiencias de los demás, que me enseñaban algo. Me imagino que, si no hubiera habido medios de comunicación en mi vida, hubiera sido seguramente una persona algo más frágil de lo que soy y menos curtida. A lo mejor podría tener más frescura, no lo sé. Soy consciente de que soy una mujer con suerte. He conocido a gente con verdadero talento, pero que ha tenido pocas oportunidades. Yo he tenido muchas. Las cosas me han ido saliendo muy redondas, una detrás de otra. Y he sabido aprovecharlas. He trabajado mucho, pero no he tenido que hacer nunca nada extraordinario para conseguir nada. Y eso creo que es un factor-suerte que hay que tener en cuenta.

- Usted ha escrito en los periódicos, ha hablado en la radio y en la televisión. Ha parido dos hijos y supongo que ha plantado algún árbol. ¿Qué le ha parecido más difícil?

- Tener biológicamente un hijo es muy sencillo. Pero educarlo y saber estar a la altura de las circunstancias es lo más complicado de la vida y lo más hermoso. Mis hijos me han dado un sentido de la existencia diferente. En lo que más difícilmente puedes acertar es en todos los extremos de la educación, por supuesto.

- ¿Le gustaría que su hija fuera también periodista?

- No. Tras muchos años en la brecha, he visto cómo muchas cosas se cambian de la noche a la mañana. Y como me ha ido bien, me daría un poco de miedo ver a mis hijos circular por el mismo camino e itinerario, sin tener quizás la suerte que yo tuve. Por esto me apetecería que fueran por otro lado. Pero, por supuesto, que hagan lo que quieran.

“Ibiza, una isla que nunca abandonaré”.

- ¿Vuelve, de vez en cuando, a su isla?

- Ibiza es el lugar donde siempre vuelvo una y otra vez y que nunca voy a abandonar. Allí tengo una casita, mantengo los mismos amigos y un contacto permanente con todos ellos. Porque, cuando me vine a vivir a Madrid, pensaba que podía ser fácil olvidarme de aquello. Pero cuando ha ido pasando el tiempo, he ido necesitando más de la isla. No me gustaría vivir allí permanentemente, porque me gusta mucho esta actividad. Pero, desde luego, no la abandono.

- ¿Piensa volver algún día definitivamente allí?

- Creo que volveré temporadas más largas. Mi ilusión sería poder vivir la mitad del año aquí y la otra mitad allá. Me encantaría. Trabajar más sosegadamente y escribir más. Poder nutrirme en Madrid y poder hacer cosas en la isla.

- ¿Se acuerda del primer sueldo recibido cuando estaba en la isla? Si lo compara con el ganado en la actualidad ¿hay mucha diferencia?

- Mi primer sueldo no fue en periodismo sino en una agencia de viajes, a los 14 años. Me pagaban 3.500 pesetas. Y lo hacía, compaginando los estudios. Cuando entré en Radio Popular, creo recordar que eran unas 8.000 pesetas al mes. Comparado con lo que cobro hoy en día hay una diferencia abismal. Siempre he trabajado mucho, y, por lo menos, en dos sitios a la vez. Siempre corriendo y yendo a salto de mata. Lo mío ha sido un afán un poco desmesurado por hacer cosas. Es una cuestión de carácter. Y ahora me he obligado a hacer un solo trabajo porque esto me llena todas las horas del mundo.

- ¿No tiene miedo de que algún día llegue a pasar de moda, que a la gente ya no le interese tanto o que ya no la contraten?

- Soy consciente de que he ido pasando de moda poco a poco. No soy una persona que ahora esté de moda. Pero, al pasar el tiempo, vas dejando un poso de un trabajo que se ha ido proyectando. La Radio, durante tantos años, te cambia mucho. No es lo mismo que la Televisión. Ahora a lo que aspiro es a seguir trabajando pero a elegir las cosas y a no estar muy esclavizada. Valoro más tener más tiempo para mí. Es decir, que me voy haciendo a la idea de lo insignificante que soy en ese mundo. Eso me ha venido poco a poco. No digo que esté curada de todo ni de toda vanidad. Sin embargo, cada vez me importa menos.

- ¿Cómo y en dónde le gustaría morir?

- A mí me gustaría morir durmiendo, tranquilamente. No me importa demasiado dónde, pero sí que sea cerca de la gente a la que quiero. Y me gustaría hacerlo con la sensación de que he hecho las cosas que tenía que hacer en la vida. Cuando era jovencita, tenía mucho miedo y obsesión por la muerte. Ahora no lo tengo y me obsesiono más por la gente que pueda querer y se muere. Eso me da pánico. Y, sobre todo, me da mucho miedo el dolor. Pero la muerte en sí, no.

- ¿Desearía que le enterraran en un lugar determinado o que la incineraran?

- Preferiría esto último. Y que se guardaran mis cenizas en algún sitio, en contacto con el mar. Preferentemente, en Ibiza.


(Esta entrevista fue realizada en junio de 1998).

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