sábado, 20 de agosto de 2011

Pedro Ribas Ribas. Especialista en Historia del Pensamiento español. Catedrático en Filosofía.



Séptimo de once hermanos, Pedro Ribas Ribas nace en Ibiza el 22 de junio de 1939. Es cáncer capricornio pero él no cree en los signos zodiacales. Su padre era albañil, al mando de una familia numerosa, en una isla que pasó muchos años sin trabajo. La mayoría de sus hermanos vivieron desperdigados. Uno, se alistó en la Marina; dos fueron prófugos, en Francia. Siguiendo la práctica frecuente del franquismo –segunda mitad de los años cuarenta–, se escaparon en una barca hasta Argel, en busca de trabajo. Y fueron pillados por la Guardia Civil.

Su infancia se desarrolla en los años más duros de la Guerra Civil en los que se trabajaba hasta dieciocho horas diarias para ganarse un pequeño jornal. Ribas logra entrar en el Seminario de Ibiza. Luego, va a la Universidad Pontificia de Salamanca. Se licencia y doctora en Filosofía en la universidad seglar y logra ser cofundador de la Universidad Autónoma de Madrid, donde se especializa en Historia del Pensamiento español.

Pedro Ribas es autor de los siguientes libros: “La introducción del marxismo en España” (Ensayo bibliográfico) Ediciones de la Torre, “Aproximación a la historia del marxismo español” (Ed. Endimión), “Verbreitung und Rezeption der Werke von Marx und Engel in Spanien”, “Para leer Unamuno” (Alianza Edit.), “¿Se puede entender a Kant en español?" Ha editado y traducido a clásicos alemanes como “Crítica de la razón pura" (Taurus), “Herder: obra selecta” (Alfaguara y RBA), “Kart Marx/Friedrich Ángel: Escritos sobre España” (Trotta), “Kart Marx/Friedrich Engels: Manifiesto del Partido Comunista del Partido Comunista” (Alianza Editorial). Ha editado asimismo numerosos escritos no recogidos antes en libro como: “Unamuno, escritos socialistas”, “Unamuno, Política y filosofía” (Artículos recuperados), “Unamuno y el socialismo”, “Unamuno: Cartas de Alemania". Y ha colaborado en libros colectivos como “Uamuno y el problema agrario”, “Pensamiento filosófico español”, “Pensamiento filosófico español” y en una treintena de libros. Y es autor de otra treintena de artículos en español, inglés y alemán publicados en diferentes revistas.

La dura postguerra, en Ibiza.

- Usted conoció los duros años de la postguerra en los que el turismo todavía no había emergido. ¿Cómo era la isla, entonces?

- Quienes entonces se defendían eran los campesinos que tenían el campo y salían a pescar, con lo que por lo menos comían. Los demás, lo pasábamos muy mal, sobre todo en el seno de una familia como la nuestra. El turismo debió de empezar en la década de los sesenta.

- Pero la isla se conservaba entonces mucho mejor que hoy, que dispone de todo el progreso y prosperidad a su alcance.

- Tampoco era ideal porque, al faltar el trabajo, faltaba todo. Pero, unos años antes, durante la República, había una diversificación de trabajo. La isla contaba con una fábrica de conservas, otra de calcetines y un tejido industrial mínimamente diversificado. Luego, vino la Guerra Civil y todo se fue al garete. Con el turismo de los años sesenta, desapareció prácticamente la agricultura y todo se convirtió en un monocultivo peligrosísimo porque si falla el turismo, todo se hunde.

- En esos tiempos de su infancia y pubertad sólo había dos centros de formación: el Instituto y el Seminario. ¿Por qué optó por este último?

- A mí me interesaba aprender y, al ver pasar delante de casa a los seminaristas que iban a jugar al fútbol en un descampado, pasadas las Figueretas, me iba con ellos. Mi madre, que era viuda –mi padre acababa de morir–, me presentó al Obispo que me pagó el internado. Así que ingresar en el Seminario fue bastante familiar para mí. Luego marché a la Universidad de Salamanca, al no haber sitio en Comillas. Allí había un caldo de cultivo muy interesante, entre diversas órdenes y gente de toda España y de Sudamérica. Incluso se contaba con norteafricanos

- Tengo entendido que usted hablaba el francés. Lengua entonces desconocida en la isla.

- Así es. Los castellanos en cuestión de idiomas, eran fatales. Y yo, que lo había aprendido en el Seminario con el profesor Bujosa, me lucía.

Expulsado por contestar al vicerrector.

- Sin embargo, pese a su brillante expediente, usted termina siendo expulsado. ¿Qué diablura hizo?

- Eso fue a finales de los cincuenta. Recuerdo que un superior me preguntó un día si había ido a misa. Le contesté que no le importaba. Era el vicerrector de la residencia en donde estaba internado y, en unas horas, me obligaron a dejarles. En realidad, ya había decidido salirme. Así que tuve que buscar una pensión. Allí terminé la Filosofía en un plan de cinco años que nos igualaba con los universitarios estatales.

- Luego, siguió el camino de la emigración.

- Me fui a Braunschweig, en donde trabajé durante un año en una fábrica. Era la época dorada de Alemania. Trabajaba de peón. Empecé limpiando las virutas de una fábrica de aceros en donde laboraban cinco mil personas. Así, terminé de practicar el alemán.

- Y desarrolló su faceta de políglota. Porque además del latín y del griego que dominaba, hablaba también estas lenguas vivas.

- El alemán, el francés, y el inglés los empecé a estudiar durante la mili. Luego fui a hacer el doctorado en Filosofía.

- ¿Fue en ese tiempo en que profundizó sobre Unamuno?

- Así es. Hice mi tesis doctoral sobre Unamuno y la filosofía alemana y empecé a trabajar en la Universidad Autónoma en 1968 69, de la que fui cofundador.

- Pero de ahí también salió usted rebotado.

- Bueno, en el segundo años nos echaron a la mitad de los que estábamos, entre ellos a Fernando Savater, que lideraba el grupo de nietzsheanos o de Filosofía lúdica. En realidad, no era por lo que uno decía en clase o porque fuera marxista de pensamiento, sino por ser activo en reuniones de PNN (Profesores No Numerarios). Te expulsaban por actividades sindicales o por apoyar movimientos reivindicativos. El rector era entonces el primer policía. A partir del tercer año se formó una considerable masa de alumnos y aquello cambió radicalmente. Entonces era frecuente la entrada de la policía con sus cargas.

- ¿Qué hizo cuando le expulsaron?

- Me ofrecieron trabajo en la Universidad de Compostela y allí estuve casi un curso entero, en l974. Luego, pasé dos años de becario en Alemania. Y, por una afortunada incoherencia del franquismo, el mismo Gobierno que me había echado me concedió una beca para Berlín. Allí estudié el marxismo europeo. La beca era para estudiar las relaciones entre los fundadores del socialismo español y el alemán. En los principios de los sesenta, ya se permitía leer algún texto de Marx. Pero no el Manifiesto del Partido Comunista ni los textos de Lenin, hasta muy avanzados los años setenta. Después de la muerte de Franco, coincidiendo con una bajada del marxismo, se empiezan a editar y a publicar sus escritos. En Alemania, tuve contacto con unos mallorquines y un catalán que trabajaban en la misma fábrica. Yo hacía de traductor de grupos españoles e italianos que iban llegando. La mayoría de ellos se volvieron a España.

-Y en la Universidad Autónoma, en la que pasó más de treinta años, ¿qué enseñaba?

- Historia del Pensamiento Español. Teníamos la tendencia de ver la Filosofía como si procediera de fuera, de los griegos, de Alemania, y creíamos que la cultura española era todo de importación, con algún nombre ilustre como Ortega y Gasset o Suárez. Había como un desprecio hacia la propia tradición española y, sobre todo, un desconocimiento de nuestra producción, las tendencias que ha habido en el siglo XIX, XX o en el pasado. Pero yo sentía un gran interés, sobre todo cuando la actitud típica de los profesores y de los alumnos de Filosofía era despectiva. Como si, en España, no hubiera habido Filosofía. Trabajé con un grupo que intentaba dar a conocer el pensamiento español. Y me dediqué a dar cursos de Unamuno, del marxismo español y de los escritos de Marx sobre España.

“Estoy perdiendo mis propias raíces”.

- A lo largo de estos años en Salamanca, Alemania, Santiago de Compostela y Madrid, ¿sigue con sus raíces ibicencas?

- Lamentablemente, tengo que decir que las estoy perdiendo cada vez más, en el sentido de que voy cada vez menos a la isla y cada vez conozco a menos gente y tengo menos contactos. Sobre todo desde que murió mi madre y desapareció la casa donde yo crecí. El año pasado estuve dos días para ver a parte de mi familia, pero cada vez conozco menos la isla y me siento más alejado de ella. Estoy un mes, y me sobra. Porque ¿qué voy a hacer allí?

- Comer higos chungos, por ejemplo.

- Eso mismo puedo hacer en Alicante, en donde tenemos un apartamento.

- Pero sigue hablando el ibicenco y visita de vez en cuando la isla.

- Y me siento muy a gusto, pero me considero un ibicenco analfabeto. Porque la única formación de gramática catalana que he tenido han sido tres clases que me dio Isidoro Macabich, que más bien eran de paleografía. Debo confesar que casi todos los ibicencos de mi generación somos catalano-parlantes pero analfabetos que desconocemos la gramática.

- ¿Y en Mallorca?

- Allí viví dos años, haciendo la mili y dando clases. La verdad es que estoy encariñado con esa isla y si tuviese que elegir un sitio ideal para vivir, la escogería sin ninguna duda por razón de la variedad que tiene Palma, una ciudad en la que se encuentran más cosas.

-¿Alguna vez pensó en dónde le gustaría morir o que le enterraran?

-Nunca lo he pensado. A Unamuno la muerte le preocupaba mucho. Habla mucho de ella. A mí me gusta Unamuno, como escritor y pensador, pero no esa faceta. Y, no me lo he planteado mucho. ¿En dónde me gustaría morir? La verdad es que no me importa demasiado. Simplemente, no quisiera que me enterraran en un nicho entre hormigones, sino bajo tierra, en donde fuera. No me importa demasiado el sitio, con tal de que tenga alguna planta o flor encima. O si me apura, casi preferiría que esparcieran mis cenizas por el mar Mediterráneo. En el Levante, cerca de las Baleares. Sería una manera de volver a las raíces.

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