- ¿Cuáles fueron sus primeras actuaciones profesionales en Madrid?
- Lo primero que hice fue fundar la primera Escuela Universitaria para Trabajadores. Había entonces muy pocas universidades y todas eran muy clasistas. Sólo se podía asistir a clases por las mañanas y las matrículas representaban un peso enorme. Unos compañeros que tenían el bachillerato acabado y que no podían estudiar la carrera vinieron a verme. Recuerdo que había un empleado del Ayuntamiento y me preguntó por qué no organizaba algo para que los trabajadores pudieran estudiar Derecho. Hablé con personas de la Universidad y del Sindicato Universitario y me encomendaron organizar la facultad nocturna de Derecho en la Universidad de Madrid. Hablé con el Rector, Pío Zabala y, al final, conseguí que me dejaran un aula en San Bernardo, la vieja Universidad de Madrid, para que hiciera una prueba. Así, fundamos, en l946, la Academia Universitaria San Raimundo de Peñafort que comenzó con cuarenta trabajadores de bancos, compañías de seguros, organismos oficiales etcétera. Busqué a cuatro amigos, que fueron profesores muy buenos: Fuentes Quintana, Villa Palasí y gente de alta categoría que estaba preparando la cátedra y les venía muy bien dar las clases por la noche y cobrar la gran cantidad de 200 pesetas al mes. Todo salió muy bien porque todos aprobaron y continuamos con los otros cursos. Total, que dejé ese centro con 550 alumnos y cuando acabaron la carrera los primeros trabajadores o empleados nos pidieron una escuela práctica y fundé, en unión de Leonardo Prieto Castro, catedrático de Derecho Procesal, la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad de Madrid en la que fui subdirector. Hoy en día hay en toda España 74 escuelas de este tipo.
- Por estas fechas, le ofrecen dirigir su primer banco...
- Eso llegó en 1958. Me llamó Mariano Navarro Rubio, muy amigo mío, que entonces era delegado del Banco Popular Español y me propuso ser director de banco. Yo tenía entonces 35 años, y trabajaba en el despacho, en el Instituto Social de la Marina y en la Universidad San Raimundo de Peñafiel. Le propuse como condición que no dejara la enseñanza y que, si no daba rendimiento como banquero, que me lo dijeran con toda confianza. Entré como Subdirector General y estuve once años sin dejar nunca la enseñanza. Luego me ofrecieron la plaza de Director General Financiero del mismo banco. Pasé allí cuatro años más, hasta que me llamaron del ministerio de Hacienda para que me hiciera cargo de la Dirección General de las Cajas de Ahorro de España. La Dirección General del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorros era como el Banco de España de las Cajas de Ahorros. Puede que, profesionalmente, aquellos cuatro años fueran los más felices que yo había tenido porque dimos un impulso muy importante e hicimos muchas cosas. Recorrí toda España y hablé con todos los directivos. No se trataba de una inspección sino de un organismo de fomento, de impulso, de orientación, de estudio y de ayuda a las Cajas.
- En este tiempo, por cierto, salió el asunto Matesa. ¿Cómo repercutió en las Cajas?
- A nosotros no nos cogió ni una peseta, pero recuerdo que, en 1971, dijeron que convenía que las Cajas pasaran a depender del Banco de España. Hubiera podido oponerme porque las Cajas no querían perder su independencia. El Instituto para las Cajas era un organismo más impulsor, más orientador y protector que el Banco de España, que tenía que ser un instituto fiscalizador y controlador... Nosotros también controlábamos pero era una manera distinta de hacerlo. El Ministro de Hacienda, del que dependían las Cajas, me llamó para que fusionáramos el Instituto con el Banco de España. Y, en 1972, me dio la Dirección General del Banco de España en la que estuve hasta l984, sin abandonar la enseñanza. Las relaciones con el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio Jiménez, no eran buenas. Nuestros caracteres no compaginaban y me marché. Fue el momento en que volví a abrir un despacho, junto con cuatro hijos míos.
Mañana. Juan Caldés (III)) Abogado, ante todo.
- Lo primero que hice fue fundar la primera Escuela Universitaria para Trabajadores. Había entonces muy pocas universidades y todas eran muy clasistas. Sólo se podía asistir a clases por las mañanas y las matrículas representaban un peso enorme. Unos compañeros que tenían el bachillerato acabado y que no podían estudiar la carrera vinieron a verme. Recuerdo que había un empleado del Ayuntamiento y me preguntó por qué no organizaba algo para que los trabajadores pudieran estudiar Derecho. Hablé con personas de la Universidad y del Sindicato Universitario y me encomendaron organizar la facultad nocturna de Derecho en la Universidad de Madrid. Hablé con el Rector, Pío Zabala y, al final, conseguí que me dejaran un aula en San Bernardo, la vieja Universidad de Madrid, para que hiciera una prueba. Así, fundamos, en l946, la Academia Universitaria San Raimundo de Peñafort que comenzó con cuarenta trabajadores de bancos, compañías de seguros, organismos oficiales etcétera. Busqué a cuatro amigos, que fueron profesores muy buenos: Fuentes Quintana, Villa Palasí y gente de alta categoría que estaba preparando la cátedra y les venía muy bien dar las clases por la noche y cobrar la gran cantidad de 200 pesetas al mes. Todo salió muy bien porque todos aprobaron y continuamos con los otros cursos. Total, que dejé ese centro con 550 alumnos y cuando acabaron la carrera los primeros trabajadores o empleados nos pidieron una escuela práctica y fundé, en unión de Leonardo Prieto Castro, catedrático de Derecho Procesal, la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad de Madrid en la que fui subdirector. Hoy en día hay en toda España 74 escuelas de este tipo.
- Por estas fechas, le ofrecen dirigir su primer banco...
- Eso llegó en 1958. Me llamó Mariano Navarro Rubio, muy amigo mío, que entonces era delegado del Banco Popular Español y me propuso ser director de banco. Yo tenía entonces 35 años, y trabajaba en el despacho, en el Instituto Social de la Marina y en la Universidad San Raimundo de Peñafiel. Le propuse como condición que no dejara la enseñanza y que, si no daba rendimiento como banquero, que me lo dijeran con toda confianza. Entré como Subdirector General y estuve once años sin dejar nunca la enseñanza. Luego me ofrecieron la plaza de Director General Financiero del mismo banco. Pasé allí cuatro años más, hasta que me llamaron del ministerio de Hacienda para que me hiciera cargo de la Dirección General de las Cajas de Ahorro de España. La Dirección General del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorros era como el Banco de España de las Cajas de Ahorros. Puede que, profesionalmente, aquellos cuatro años fueran los más felices que yo había tenido porque dimos un impulso muy importante e hicimos muchas cosas. Recorrí toda España y hablé con todos los directivos. No se trataba de una inspección sino de un organismo de fomento, de impulso, de orientación, de estudio y de ayuda a las Cajas.
- En este tiempo, por cierto, salió el asunto Matesa. ¿Cómo repercutió en las Cajas?
- A nosotros no nos cogió ni una peseta, pero recuerdo que, en 1971, dijeron que convenía que las Cajas pasaran a depender del Banco de España. Hubiera podido oponerme porque las Cajas no querían perder su independencia. El Instituto para las Cajas era un organismo más impulsor, más orientador y protector que el Banco de España, que tenía que ser un instituto fiscalizador y controlador... Nosotros también controlábamos pero era una manera distinta de hacerlo. El Ministro de Hacienda, del que dependían las Cajas, me llamó para que fusionáramos el Instituto con el Banco de España. Y, en 1972, me dio la Dirección General del Banco de España en la que estuve hasta l984, sin abandonar la enseñanza. Las relaciones con el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio Jiménez, no eran buenas. Nuestros caracteres no compaginaban y me marché. Fue el momento en que volví a abrir un despacho, junto con cuatro hijos míos.
Mañana. Juan Caldés (III)) Abogado, ante todo.
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