Juan Caldés, entrevistado en febrero de 1998, en su despacho de Madrid, cuando tenía 77 años y seguía trabajando.
El primero de enero de 1921 nace Juan Caldés Lizana en Can Xiqueta, una de las casas de más renombre de Lluchmayor, sita en la Calle del Convento. Es el tercero de cinco hermanos. Su padre tenía una de las primeras “fabriquetas” de zapatos del pueblo que luego pasó a El Molinar. Muy pronto, por cuestiones de negocios, la familia se traslada a Alicante y se instala definitivamente en Madrid, en donde monta una fábrica tienda de zapatos.
En la capital de España, Juan Caldés se distingue por su triple faceta de abogado, enseñante y banquero. Funda la primera Escuela Universitaria para Trabajadores. Dirige, durante 15 años, el Banco Popular Español. Pasa luego a la Dirección General del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorros, y es el primer isleño que ocupa la Dirección General del Banco de España, de 1972 a 1984. Caldés tiene, sin embargo, en su corazón, una espina clavada que hace referencia a Mallorca. Su proyecto del Túnel de Sóller fue despreciado por el Presidente Cañellas que eligió el de su amigo Cuart, de mucho menos categoría y calidad. Túnel que hizo saltar el escándalo y la dimisión de Cañellas.
- ¿Se acuerda usted de su infancia en Mallorca?
- Hay cosas que nunca se olvidan. Por ejemplo la terraza de la fábrica de mi padre a donde a veces subía y cantaba algo así como “Hormiguetas surtiu que Jesuset ya es viu”. Es algo que tengo impreso en mi mente. Me acuerdo de la calle del Teatro Principal en donde vivíamos, del barco y del mar. Así como de un pino de El Arenal, en donde vivían mis padrinos, que tenía las raíces prácticamente bajo el nivel del mar. Muchas veces me iba a sentar respaldado en dicho pino y el mar llegaba hasta mis pies. Asimismo recuerdo las tartanas, los “cherrets”, carricoches tirados por caballos que mi padre tenía para ir de Lluchmajor a Palma.
- ¿En dónde hizo sus primeros estudios?
- Ya ni me acuerdo de los nombres de los colegios. Tengo una ligera idea que fue en los franciscanos. Pero enseguida pasamos a Alicante, a los cuatro años, y terminamos en Madrid en donde hice el bachillerato en el Instituto Cervantes.
- ¿Por qué su familia abandonó Mallorca?
- Por razón de negocios. A mi padre no le fueron bien y pasó a Alicante Por mi parte, siempre hice los estudios ayudándole. Llevaba la contabilidad. En Alicante, se quedó un hermano mío. Luego pasamos a Valencia, en donde comencé Derecho. Conseguí el premio extraordinario en el examen del Estado. Y terminamos en Madrid, en donde mi padre instaló la tienda. Aquí hice el doctorado y oposiciones en el colegio Mayor César Carlos. Y saqué la oposición para Oficial Letrado del Instituto Social de la Marina y para Letrado del Consejo del Estado que no gané.
- En Alicante se casa usted.
- Efectivamente, con Consuelo, una alicantina que era muy guapa y aún continúa siéndolo. Con ella tuve diez hijos. De ellos no tengo ni una queja. Los diez sacaron una carrera y trabajan. Una de mis hijas es religiosa, de una orden secular. El resto, menos otro, soltero de oro, están casados. Ocho viven en una urbanización a mi lado. Además, tengo ventiún nietos y otro en camino.
De profesor a banquero.
- ¿Cuáles fueron sus primeras actuaciones profesionales en Madrid?
- Lo primero que hice fue fundar la primera Escuela Universitaria para Trabajadores. Había entonces muy pocas universidades y todas eran muy clasistas. Sólo se podía asistir a clases por las mañanas y las matrículas representaban un peso enorme. Unos compañeros que tenían el bachillerato acabado y que no podían estudiar la carrera vinieron a verme. Recuerdo que había un empleado del Ayuntamiento y me preguntó por qué no organizaba algo para que los trabajadores pudieran estudiar Derecho. Hablé con personas de la Universidad y del Sindicato Universitario y me encomendaron organizar la facultad nocturna de Derecho en la Universidad de Madrid. Hablé con el Rector, Pío Zabala y, al final, conseguí que me dejaran un aula en San Bernardo, la vieja Universidad de Madrid, para que hiciera una prueba. Así, fundamos, en l946, la Academia Universitaria San Raimundo de Peñafort que comenzó con cuarenta trabajadores de bancos, compañías de seguros, organismos oficiales etcétera. Busqué a cuatro amigos, que fueron profesores muy buenos: Fuentes Quintana, Villa Palasí y gente de alta categoría que estaba preparando la cátedra y les venía muy bien dar las clases por la noche y cobrar la gran cantidad de 200 pesetas al mes. Todo salió muy bien porque todos aprobaron y continuamos con los otros cursos. Total, que dejé ese centro con 550 alumnos y cuando acabaron la carrera los primeros trabajadores o empleados nos pidieron una escuela práctica y fundé, en unión de Leonardo Prieto Castro, catedrático de Derecho Procesal, la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad de Madrid en la que fui subdirector. Hoy en día hay en toda España 74 escuelas de este tipo.
- Por estas fechas, le ofrecen dirigir su primer banco...
- Eso llegó en 1958. Me llamó Mariano Navarro Rubio, muy amigo mío, que entonces era delegado del Banco Popular Español y me propuso ser director de banco. Yo tenía entonces 35 años, y trabajaba en el despacho, en el Instituto Social de la Marina y en la Universidad San Raimundo de Peñafiel. Le propuse como condición que no dejara la enseñanza y que, si no daba rendimiento como banquero, que me lo dijeran con toda confianza. Entré como Subdirector General y estuve once años sin dejar nunca la enseñanza. Luego me ofrecieron la plaza de Director General Financiero del mismo banco. Pasé allí cuatro años más, hasta que me llamaron del ministerio de Hacienda para que me hiciera cargo de la Dirección General de las Cajas de Ahorro de España. La Dirección General del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorros era como el Banco de España de las Cajas de Ahorros. Puede que, profesionalmente, aquellos cuatro años fueran los más felices que yo había tenido porque dimos un impulso muy importante e hicimos muchas cosas. Recorrí toda España y hablé con todos los directivos. No se trataba de una inspección sino de un organismo de fomento, de impulso, de orientación, de estudio y de ayuda a las Cajas.
- En este tiempo, por cierto, salió el asunto Matesa. ¿Cómo repercutió en las Cajas?
- A nosotros no nos cogió ni una peseta, pero recuerdo que, en 1971, dijeron que convenía que las Cajas pasaran a depender del Banco de España. Hubiera podido oponerme porque las Cajas no querían perder su independencia. El Instituto para las Cajas era un organismo más impulsor, más orientador y protector que el Banco de España, que tenía que ser un instituto fiscalizador y controlador... Nosotros también controlábamos pero era una manera distinta de hacerlo. El Ministro de Hacienda, del que dependían las Cajas, me llamó para que fusionáramos el Instituto con el Banco de España. Y, en 1972, me dio la Dirección General del Banco de España en la que estuve hasta l984, sin abandonar la enseñanza. Las relaciones con el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio Jiménez, no eran buenas. Nuestros caracteres no compaginaban y me marché. Fue el momento en que volví a abrir un despacho, junto con cuatro hijos míos.
Abogado, ante todo.
- Por estas fechas, le ofrecen dirigir su primer banco...
- Eso llegó en 1958. Me llamó Mariano Navarro Rubio, muy amigo mío, que entonces era delegado del Banco Popular Español y me propuso ser director de banco. Yo tenía entonces 35 años, y trabajaba en el despacho, en el Instituto Social de la Marina y en la Universidad San Raimundo de Peñafiel. Le propuse como condición que no dejara la enseñanza y que, si no daba rendimiento como banquero, que me lo dijeran con toda confianza. Entré como Subdirector General y estuve once años sin dejar nunca la enseñanza. Luego me ofrecieron la plaza de Director General Financiero del mismo banco. Pasé allí cuatro años más, hasta que me llamaron del ministerio de Hacienda para que me hiciera cargo de la Dirección General de las Cajas de Ahorro de España. La Dirección General del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorros era como el Banco de España de las Cajas de Ahorros. Puede que, profesionalmente, aquellos cuatro años fueran los más felices que yo había tenido porque dimos un impulso muy importante e hicimos muchas cosas. Recorrí toda España y hablé con todos los directivos. No se trataba de una inspección sino de un organismo de fomento, de impulso, de orientación, de estudio y de ayuda a las Cajas.
- En este tiempo, por cierto, salió el asunto Matesa. ¿Cómo repercutió en las Cajas?
- A nosotros no nos cogió ni una peseta, pero recuerdo que, en 1971, dijeron que convenía que las Cajas pasaran a depender del Banco de España. Hubiera podido oponerme porque las Cajas no querían perder su independencia. El Instituto para las Cajas era un organismo más impulsor, más orientador y protector que el Banco de España, que tenía que ser un instituto fiscalizador y controlador... Nosotros también controlábamos pero era una manera distinta de hacerlo. El Ministro de Hacienda, del que dependían las Cajas, me llamó para que fusionáramos el Instituto con el Banco de España. Y, en 1972, me dio la Dirección General del Banco de España en la que estuve hasta l984, sin abandonar la enseñanza. Las relaciones con el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio Jiménez, no eran buenas. Nuestros caracteres no compaginaban y me marché. Fue el momento en que volví a abrir un despacho, junto con cuatro hijos míos.
Abogado, ante todo.
- ¿Cuál de las tres profesiones le ha interesado más: la de la abogacía, la de la enseñanza o la de banquero?
- La abogacía, por supuesto. Entré en el Consejo General de Abogados y desde entonces continúo en la Comisión Permanente y en el Pleno del Consejo General de Abogados de España. También presidí la Mutualidad de Abogados de España, con 300 millones, y, hace un par de años, la dejé con cien mil millones de pesetas de reservas. Presidí, en este mismo periodo, la Confederación de Mutualidades de toda España. La fundé o refundé. Estaba muerta y la resucité. Ha sido un organismo que continúa existiendo y que ha hecho un gran papel de ayuda a las mutualidades.
- En las paredes de su despacho veo colgados diplomas de toda clase.
- Eso son estudios. Yo siempre he sido una persona bastante estudiosa y me gusta, me encanta leer. La parte en la que estoy más especializado en este despacho es la financiera y mercantil. Primero comencé en la Facultad de Derecho como profesor de Derecho Procesal y luego pasé también al Mercantil en la Escuela de Prácticas Jurídicas.
- Dicen que el Derecho Financiero es muy árido...
- La verdad es que tiene muy poco de Derecho y mucho de regulación económica. El Derecho son normas fundamentales, pocas, claras, con sentido común y con una inspiración en el derecho natural que está por encima del derecho escrito o civil. Hay un Derecho Divino, un Derecho Natural y un Derecho Escrito, de la vida práctica, de códigos y de las leyes... Las leyes financieras son muy difíciles de entender. Son leyes largas, con párrafos interminables. Lo bonito del Derecho es cuando se dice algo importante en cuatro líneas, como el Código Civil.
- ¿Cómo ven los madrileños a un mallorquín de nacimiento como usted?
- Soy hijo predilecto de Lluchmajor y en Madrid nunca me han considerado como a un extraño. Los mallorquines tienen muy buena fama en Madrid. Maura fue un ejemplo tan extraordinario que ha dejado una estela muy buena en favor de Mallorca. Y ha habido mallorquines muy buenos. El mismo Feliciano Fuster hizo un trabajo magnífico y estupendo en Endesa. Tenemos un espíritu serio y cumplidor de buena fama. Y encuentro que el mallorquín no tiene enemigos en Madrid. Lo que es muy importante.
- ¿Los tiene usted en Mallorca?
- Allí sólo tengo una queja muy fuerte que es el Túnel de Sóller que fue, en gran parte, una idea mía impulsada por mí, con un magnífico grupo de trabajo de técnicos, abogados e ingenieros que encontré. Estaba integrado por Huarte, el Banco Árabe Español, la Caja de Ahorros Sa Nostra, varios ingenieros y arquitectos de mucho prestigio, dos empresas constructoras de túneles y otra de aparcamientos. Dicho grupo acudió al concurso y, por una cuestión que no quiero calificar, no quisieron elegirnos, a pesar de ser los primeros con muchísima diferencia. Es lo único que me ha hecho padecer. Que los mallorquines se portasen así conmigo...
- La prensa mallorquina llegó a decir que el proyecto aprobado no era el más oportuno pero que otros, como el suyo, tenían más calidad.
- Sin ninguna duda. La prueba es que una comisión que estaba integrada, entre otros, por cinco ingenieros, un economista, un representante de Hacienda y el conseller, nos dio 75 puntos mientras que Cuart, al que le concedieron la adjudicación, sólo consiguió 50.
- ¿Y cómo explica usted esta elección?
- No lo sé. Lo cierto es que, después de asunto del Túnel, con una sentencia que fue absolutoria por prescripción, el Presidente Cañellas, recibió una dádiva de cincuenta millones de pesetas que repartió entre varios.
- ¿Es el único palo que le han dado en Mallorca o ha habido más?
- No creo tener más. He llevado un pleito contra un banco y salió bien. Así que no puedo decir nada mal de nadie.
- La abogacía, por supuesto. Entré en el Consejo General de Abogados y desde entonces continúo en la Comisión Permanente y en el Pleno del Consejo General de Abogados de España. También presidí la Mutualidad de Abogados de España, con 300 millones, y, hace un par de años, la dejé con cien mil millones de pesetas de reservas. Presidí, en este mismo periodo, la Confederación de Mutualidades de toda España. La fundé o refundé. Estaba muerta y la resucité. Ha sido un organismo que continúa existiendo y que ha hecho un gran papel de ayuda a las mutualidades.
- En las paredes de su despacho veo colgados diplomas de toda clase.
- Eso son estudios. Yo siempre he sido una persona bastante estudiosa y me gusta, me encanta leer. La parte en la que estoy más especializado en este despacho es la financiera y mercantil. Primero comencé en la Facultad de Derecho como profesor de Derecho Procesal y luego pasé también al Mercantil en la Escuela de Prácticas Jurídicas.
- Dicen que el Derecho Financiero es muy árido...
- La verdad es que tiene muy poco de Derecho y mucho de regulación económica. El Derecho son normas fundamentales, pocas, claras, con sentido común y con una inspiración en el derecho natural que está por encima del derecho escrito o civil. Hay un Derecho Divino, un Derecho Natural y un Derecho Escrito, de la vida práctica, de códigos y de las leyes... Las leyes financieras son muy difíciles de entender. Son leyes largas, con párrafos interminables. Lo bonito del Derecho es cuando se dice algo importante en cuatro líneas, como el Código Civil.
- ¿Cómo ven los madrileños a un mallorquín de nacimiento como usted?
- Soy hijo predilecto de Lluchmajor y en Madrid nunca me han considerado como a un extraño. Los mallorquines tienen muy buena fama en Madrid. Maura fue un ejemplo tan extraordinario que ha dejado una estela muy buena en favor de Mallorca. Y ha habido mallorquines muy buenos. El mismo Feliciano Fuster hizo un trabajo magnífico y estupendo en Endesa. Tenemos un espíritu serio y cumplidor de buena fama. Y encuentro que el mallorquín no tiene enemigos en Madrid. Lo que es muy importante.
- ¿Los tiene usted en Mallorca?
- Allí sólo tengo una queja muy fuerte que es el Túnel de Sóller que fue, en gran parte, una idea mía impulsada por mí, con un magnífico grupo de trabajo de técnicos, abogados e ingenieros que encontré. Estaba integrado por Huarte, el Banco Árabe Español, la Caja de Ahorros Sa Nostra, varios ingenieros y arquitectos de mucho prestigio, dos empresas constructoras de túneles y otra de aparcamientos. Dicho grupo acudió al concurso y, por una cuestión que no quiero calificar, no quisieron elegirnos, a pesar de ser los primeros con muchísima diferencia. Es lo único que me ha hecho padecer. Que los mallorquines se portasen así conmigo...
- La prensa mallorquina llegó a decir que el proyecto aprobado no era el más oportuno pero que otros, como el suyo, tenían más calidad.
- Sin ninguna duda. La prueba es que una comisión que estaba integrada, entre otros, por cinco ingenieros, un economista, un representante de Hacienda y el conseller, nos dio 75 puntos mientras que Cuart, al que le concedieron la adjudicación, sólo consiguió 50.
- ¿Y cómo explica usted esta elección?
- No lo sé. Lo cierto es que, después de asunto del Túnel, con una sentencia que fue absolutoria por prescripción, el Presidente Cañellas, recibió una dádiva de cincuenta millones de pesetas que repartió entre varios.
- ¿Es el único palo que le han dado en Mallorca o ha habido más?
- No creo tener más. He llevado un pleito contra un banco y salió bien. Así que no puedo decir nada mal de nadie.
“El mar es un vacío que llevo dentro”.
- ¿Va usted muy a menudo a la isla?
- No demasiado. Y, desde luego, no lo que querría. Fíjese que he llegado a decir varias veces: “Ahora me sitúo en Mallorca y me quedo allí”. Pero este clan nuestro de tantos hijos me tiene muy amarrado. Y es muy difícil desligarse de ellos. De lo contrario, sí que me instalaba en Mallorca. Tres veces he tenido piso, en el Paseo Marítimo. Y hasta ocupé otro cuando vivía mi padre, pero luego terminé por venderlos todos. Eran demasiado buenos y no los ocupaba. Cuando no han salido las cosas es que no tenían que salir, que Dios no quería. Lo cierto es que, en estos momentos, no tengo nada en Mallorca. Y a pesar de que muchas veces me repito que tendré que retirarme, nunca llego a conseguirlo.
- Algún día sí acabará por instalarse en la isla, supongo.
- Así lo querría con toda mi alma. Porque cada vez siento más la necesidad de vivir al lado del mar. Es un vacío que llevo dentro. Voy mucho a Xàbia, entre Valencia y Alicante, en donde tengo una casa sobre el mar. Es un trocito de Mallorca que, en la prehistoria, estaba unida a las islas. Hasta la idiosincrasia de las personas que viven allá es como la de los mallorquines: testarudez, mucha serenidad, calma, y mucha seriedad. Aunque reconozco que no es exactamente lo mismo que estar en la isla
- Veo, en su despacho un cuadro del Mediterráneo. ¿Qué es para usted el mar?
- Para mí tiene el encanto más maravilloso de la creación. Es un ser material que tiene movimiento, color, y vida propia. Una vida material, sin alma, pero que vive. Cuando estoy en mi casa de Xàbia muchas veces me distraigo mirando esas aguas, cuando sale o se pone el sol sobre el horizonte del mar. Ellas me dan fuerzas y, a menudo, me serenan y me hacen dormir. El mar tiene muchas cualidades.
- Dígame, para acabar, en dónde le gustaría morir.
- Me gustaría terminar como hacen los elefantes, en mi tierra. Una de las razones que pueda tener para retirarme definitivamente en Mallorca es mi idea de morirme allá. Primero porque mis hijos, cuando vengan a verme, tendrán que ir a Mallorca. Segundo, porque no quiero estar cerca de ellos para que no tengan la pena de recordarme por la inmediación. Y quisiera ser enterrado. No me gusta la idea de ser incinerado.
Juan Caldés Lizana moría el 30 de mayo de año 2008, a la edad de 87 años. De él escribió Eugenio Gay Montalvo, ex presidente del Consejo General de Abogacía Española: “Fue un hombre de firmes y esperanzadas convicciones. Abogado de profesión, de una labor constante y callada, pero importante. Siempre tuvo la sonrisa en los labios y el corazón entregado a sus compañeros. No le oí jamás una crítica de nadie a pesar de que la vida no fue precisamente un camino de rosas, ni en el camino dejamos de recibir golpes que percibimos como injustos… Juan Caldés fue un hombre sencillo y bueno, de convicciones profundas, que vivió con alegría y quiso compartir la vida con quienes se encontró en ella, procurando que éstos fueran el mayor número posible de personas. Por eso, hoy descansa en paz, y quienes fuimos sus amigos le seguimos queriendo”.
- No demasiado. Y, desde luego, no lo que querría. Fíjese que he llegado a decir varias veces: “Ahora me sitúo en Mallorca y me quedo allí”. Pero este clan nuestro de tantos hijos me tiene muy amarrado. Y es muy difícil desligarse de ellos. De lo contrario, sí que me instalaba en Mallorca. Tres veces he tenido piso, en el Paseo Marítimo. Y hasta ocupé otro cuando vivía mi padre, pero luego terminé por venderlos todos. Eran demasiado buenos y no los ocupaba. Cuando no han salido las cosas es que no tenían que salir, que Dios no quería. Lo cierto es que, en estos momentos, no tengo nada en Mallorca. Y a pesar de que muchas veces me repito que tendré que retirarme, nunca llego a conseguirlo.
- Algún día sí acabará por instalarse en la isla, supongo.
- Así lo querría con toda mi alma. Porque cada vez siento más la necesidad de vivir al lado del mar. Es un vacío que llevo dentro. Voy mucho a Xàbia, entre Valencia y Alicante, en donde tengo una casa sobre el mar. Es un trocito de Mallorca que, en la prehistoria, estaba unida a las islas. Hasta la idiosincrasia de las personas que viven allá es como la de los mallorquines: testarudez, mucha serenidad, calma, y mucha seriedad. Aunque reconozco que no es exactamente lo mismo que estar en la isla
- Veo, en su despacho un cuadro del Mediterráneo. ¿Qué es para usted el mar?
- Para mí tiene el encanto más maravilloso de la creación. Es un ser material que tiene movimiento, color, y vida propia. Una vida material, sin alma, pero que vive. Cuando estoy en mi casa de Xàbia muchas veces me distraigo mirando esas aguas, cuando sale o se pone el sol sobre el horizonte del mar. Ellas me dan fuerzas y, a menudo, me serenan y me hacen dormir. El mar tiene muchas cualidades.
- Dígame, para acabar, en dónde le gustaría morir.
- Me gustaría terminar como hacen los elefantes, en mi tierra. Una de las razones que pueda tener para retirarme definitivamente en Mallorca es mi idea de morirme allá. Primero porque mis hijos, cuando vengan a verme, tendrán que ir a Mallorca. Segundo, porque no quiero estar cerca de ellos para que no tengan la pena de recordarme por la inmediación. Y quisiera ser enterrado. No me gusta la idea de ser incinerado.
Juan Caldés Lizana moría el 30 de mayo de año 2008, a la edad de 87 años. De él escribió Eugenio Gay Montalvo, ex presidente del Consejo General de Abogacía Española: “Fue un hombre de firmes y esperanzadas convicciones. Abogado de profesión, de una labor constante y callada, pero importante. Siempre tuvo la sonrisa en los labios y el corazón entregado a sus compañeros. No le oí jamás una crítica de nadie a pesar de que la vida no fue precisamente un camino de rosas, ni en el camino dejamos de recibir golpes que percibimos como injustos… Juan Caldés fue un hombre sencillo y bueno, de convicciones profundas, que vivió con alegría y quiso compartir la vida con quienes se encontró en ella, procurando que éstos fueran el mayor número posible de personas. Por eso, hoy descansa en paz, y quienes fuimos sus amigos le seguimos queriendo”.
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