Juan Santamaría. Ex aventurero, ex comerciante, ex presentador de TV, cocinero y actor.
Ha sido de todo en su vida: comerciante, aventurero, presentador de televisión, cocinero, actor… Un totun revolútum que Juan Santamaría supo condimentar con maestría a su debido tiempo. Desde muy pequeño le gustó el comercio, el trueque y la aventura. Nacido en Palma el 25 de octubre de 1942, el viento parecía soplar a su favor hasta que, en 1976, rompía con todo, incluido su matrimonio, y se plantaba en Madrid, donde volvía a empezar de cero. Se relacionó con el mundillo del teatro, la radio, el doblaje, el cine y la televisión. Fue el primer mallorquín que presentó un programa nacional televisivo: “625 líneas”, de José Antonio Plaza, y el primero que introdujo el “Informativo Balear” en Televisión Española, cuando se empezó a emitir desde Madrid. Formó parte de los periodistas televisivos aparcados en “los pasillos” por el poder socialista. Hasta que, en 1986, abría en Pozuelo el primer local en donde preparaba paellas para llevar. Y más tarde, tras varios fracasos empresariales, montó su propio restaurante y sacó la patente de sus “paellas multisabor”, con varios compartimentos estancos. Pero, antes de continuar con esta entrevista, realizada en el 2000, comencemos por el principio
- Me pregunto cómo fue su infancia.
- Normal. Estudié mi bachillerato en el Colegio de los Jesuitas de Montesión. Mi padre era un industrial catalán; mi madre, una mallorquina. Pasamos las dificultades normales de aquella época. En mi primera Comunión fui vestido de marinerito. Mi primer traje largo fue uno de mi padre al que se le había dado la vuelta. Nadábamos en Porto Pí y era muy aficionado a la pesca. Desde muy pequeño, me gustó el comercio, el trueque, la aventura, y conocí la cultura del pelotazo en pequeñas historias. Yo he hecho contrabando de tabaco y he traído mecheros a España. No creía mucho en los estudios y la verdad es que hoy lo lamento. Pero bueno, me he espabilado en la vida y he salido adelante.
- ¿Cuándo empezó a trabajar?
- A los 16 años, como agente comercial. A los 22, me casé por primera vez y, a los 27, ya tenía tres hijos. Me divorcié de la primera mujer, una catalana que luego se desposó con un íntimo amigo mío, y me volví a casar con una madrileña con la que tuve dos hijos más. Y aquí paz y allí gloria.
- Tengo entendido que, desde siempre, tuvo usted una gran vocación por el teatro.
- Desde niño, asistía a las funciones teatrales. Recuerdo que me apasionaban las compañías que venían de fuera y el teatro regional mallorquín. En aquel tiempo, esa afición no estaba demasiado bien vista, sobre todo por las familias de clase media, pero yo estaba empeñado en subirme a un escenario. Mi madre y mis tías tenían un estanco que estaba enfrente del Águila, en la Plaza Mayor, muy cerca del Teatro Principal. Y yo me las ingeniaba por hacer amistad con las personas que trabajaban en él. De manera que, cuando había función, tras colarme o entrar gratis, siempre me encontraba allá. Hasta que debuté con la compañía Artis, con Cristina Valls, Xex Forteza y Francisco Forteza, e hice un par de funciones. Luego, me metí en el mundo de la radio. Decían que tenía buena voz y me señalaban Madrid como mi punto de mira. Pero había que dedicarse al trabajo y sacar una familia adelante. Hasta que vinieron las dificultades en el negocio y en el matrimonio, que ocasionaron el posterior divorcio y resurgió esa gran afición.
“Empezar de cero es sanísimo”.
- Total, que concluyó la parte profesional y afectiva en Mallorca y se vino a Madrid.
- Recuerdo que fue en enero de 1976, recién fallecido Franco. No conocía entonces a nadie en esa capital que perteneciera al mundillo del cine, el teatro, la radio o la televisión. Pero sabía que aquí estaban todos. Y comencé a pulular por sus calles. La experiencia fue muy dura, entre otras cosas porque provenía de un descalabro económico anterior. Me había arruinado en los negocios y en el trabajo que tenía en Mallorca y, a la par, se arruinó mi matrimonio. Fue como si, de repente, mi casa se hundiera. Y me vine, hundido moral y económicamente, a empezar de nuevo, con 33 años.
- Pero alguna amistad sí tendría.
- Sólo algunas del mundillo anterior mío de la tapicería, la decoración y el comercio, pero no me interesaba nada de todo eso. Tenía amistades en banca, directores que habían estado destinados en Mallorca y habían ido a parar a Madrid. Hubiera podido trabajar en cualquiera de estos sectores pero tampoco me interesaba. Quería empezar una nueva fase de mi vida tanto profesional como sentimental. Así que me vine solo, con 3.500 pesetas para pagar la primera semana de pensión y punto. Es algo que recomendaría hoy a quienes están en el poder económico y social. Que, de repente, se auto-excluyesen de la titularidad de sus cuentas corrientes y que cogiesen el equivalente a las 3.000 pesetas de entonces que pueden ser 50.000 de ahora y volviesen a empezar, sin utilizar nada de su patrimonio, de sus amistades ni de sus artilugios. Empezar de cero es sanísimo.
- ¿Qué aprendió usted de esta experiencia?
- Muchísimas cosas. Aprendí a robarle las croquetas al camarero cuando le pedía un vaso de agua. Aprendí a sobrevivir y adelgacé. Aprendí a apreciar la poca cantidad de dinero ganada con un trabajo ocasional de unas horas. Recuerdo que me metí en una empresa cuyo trabajo era el pinchar dedos de niños para sacarles sangre, colegio tras colegio. Aprendí a sorprender a alguna señora, económicamente bien situada. A mis 33 años, era un hombre guapo, iba bien vestido y fui precursor de los acompañantes de señoras ricas, trabajo que, hoy en día, está tan de moda. A muchas de estas señoras les gustaba llevar a un hombre al lado sin que pasaran a más. Estar con ellas, en un cócktel, permitía relacionarme en un círculo de gentes y de amistades y me nutría bien. Ahí empezaron los contactos y conocí a mucha gente del mundillo del teatro, de la radio, del doblaje, del cine y de la televisión.
Presentador de televisión.
- Recuerdo que fue en enero de 1976, recién fallecido Franco. No conocía entonces a nadie en esa capital que perteneciera al mundillo del cine, el teatro, la radio o la televisión. Pero sabía que aquí estaban todos. Y comencé a pulular por sus calles. La experiencia fue muy dura, entre otras cosas porque provenía de un descalabro económico anterior. Me había arruinado en los negocios y en el trabajo que tenía en Mallorca y, a la par, se arruinó mi matrimonio. Fue como si, de repente, mi casa se hundiera. Y me vine, hundido moral y económicamente, a empezar de nuevo, con 33 años.
- Pero alguna amistad sí tendría.
- Sólo algunas del mundillo anterior mío de la tapicería, la decoración y el comercio, pero no me interesaba nada de todo eso. Tenía amistades en banca, directores que habían estado destinados en Mallorca y habían ido a parar a Madrid. Hubiera podido trabajar en cualquiera de estos sectores pero tampoco me interesaba. Quería empezar una nueva fase de mi vida tanto profesional como sentimental. Así que me vine solo, con 3.500 pesetas para pagar la primera semana de pensión y punto. Es algo que recomendaría hoy a quienes están en el poder económico y social. Que, de repente, se auto-excluyesen de la titularidad de sus cuentas corrientes y que cogiesen el equivalente a las 3.000 pesetas de entonces que pueden ser 50.000 de ahora y volviesen a empezar, sin utilizar nada de su patrimonio, de sus amistades ni de sus artilugios. Empezar de cero es sanísimo.
- ¿Qué aprendió usted de esta experiencia?
- Muchísimas cosas. Aprendí a robarle las croquetas al camarero cuando le pedía un vaso de agua. Aprendí a sobrevivir y adelgacé. Aprendí a apreciar la poca cantidad de dinero ganada con un trabajo ocasional de unas horas. Recuerdo que me metí en una empresa cuyo trabajo era el pinchar dedos de niños para sacarles sangre, colegio tras colegio. Aprendí a sorprender a alguna señora, económicamente bien situada. A mis 33 años, era un hombre guapo, iba bien vestido y fui precursor de los acompañantes de señoras ricas, trabajo que, hoy en día, está tan de moda. A muchas de estas señoras les gustaba llevar a un hombre al lado sin que pasaran a más. Estar con ellas, en un cócktel, permitía relacionarme en un círculo de gentes y de amistades y me nutría bien. Ahí empezaron los contactos y conocí a mucha gente del mundillo del teatro, de la radio, del doblaje, del cine y de la televisión.
Presentador de televisión.
- ¿Qué había hecho, en cine o en televisión, hasta este momento?
- Lo primero que hice fueron radio novelas de la Cadena Ser y Radio Nacional, y diferentes estudios de doblaje para cine y televisión. Además, algunas cositas en cine. También me inicié en el teatro como actor de moda. Me llamaban directores de cine para que interpretara papeles. Recuerdo que había conseguido uno en una película rodada en Bilbao. Mientras una maquilladora me arreglaba la cara, comentaba con otra que había oído decir que José Antonio Plaza estaba buscando a alguien para sustituirle en la presentación de su programa “625 líneas”. Hice alterar el plan de rodaje al pobre Rafael Gil que me dio un día libre. Me metí en el tren y vine a Madrid en donde localicé a José Antonio Plaza, quien me hizo una prueba y me aceptó para sustituirle. Con ese programa que hacía, junto con Mayra Gómez Kemp, en aquel momento, se me abrieron las puertas de par en par.
- Supongo que, a partir de ese momento, tuvo que rechazar no pocas ofertas de trabajo.
- Por supuesto. En cuanto me asomé a la pequeña pantalla, se me empezó a conocer por toda España. Tuve incluso ofertas para anunciar determinadas marcas de tabaco americano o para interpretar cine porno, e incluso para dejarme inventar una hija secreta no recuerdo con qué actriz de segunda fila. Ofertas que, por cierto, rechacé a pesar de las importantes cantidades que me ofrecían. Aquello era el no da más.
- Usted presentó el primer Informativo Balear que se hacía desde Madrid. ¿Cómo fue esa experiencia?
- De haber aceptado el traspaso a la isla, hoy yo podría estar en Televisión Española en Palma. ¿Que por qué me negué en último momento? Porque no quería ser aplastado por el centralismo catalán que entonces comenzaba en la televisión regional. Existe un centralismo en Palma con relación a la provincia, y un centralismo en Barcelona con los países de habla catalana. Mallorca está viviendo la consecuencia de su propio centralismo con respecto a las otras islas, a la vez que sufre el intento del centralismo catalán. Baleares está en el área de influencia de Catalunya, que es muy poderosa. Mallorca tiene su propia idiosincrasia, su propio centralismo, sus propias historias, pero Catalunya se alarga mucho y acabará por absorbernos. Es un fenómeno que, aparte de la Televisión, se produce en las escuelas, en las universidades, en la radio y, dentro de unos años, se hablará el más puro catalán en toda Mallorca y, poco después, en el resto de las islas. Ya sé que el mallorquín es un dialecto del catalán, pero tiene su propia vertiente, su propia música y habla. Cosa que están intentando aplastar. Ya entonces se estaba viviendo este problema. Fue una de las causas que a mí me hicieron desistir cuando ya tenía toda la documentación preparada para irme a Mallorca a trabajar en el centro regional. Y me quedé en Madrid.
- Entre el supuesto centralismo matritense y el catalán ¿cuál prefiere?
- Ninguno de los dos. Pero, si tuviera que elegir... Yo no soy ni de derechas, ni de izquierdas, ni franquista, ni comunista. Tengo mis tendencias políticas que no están virando hacia ninguno de los extremos. Más bien me quedaría en el centro. Tengo que reconocer que muchas cosas buenas que ahora dan sus frutos son consecuencia de inicios de épocas anteriores del socialismo que a mí no me trató nada bien. Y que el centralismo madrileño ha terminado por desaparecer. A fin de cuentas, prefiero éste, sin que con ello esté deseándolo. Creo que su óptica es bastante más amplia.
Su paso por Madrid.
- Usted tiene la reputación de ser un enamorado de Madrid y un poco renegado de la Mallorca catalanista.
- Nada más lejos de la verdad, aunque es cierto que estoy muy enfadado con los mallorquines porque están vendiendo la isla a los alemanes. La tierra se puede cultivar, negociar, alquilar, explotar de mil maneras. Cierto que los alemanes pueden hacerse con todo. Pero, si los mallorquines pensaran un poco, se darían cuenta de que la tierra ni tiene precio ni puede venderse. Claro que, al paso que van, dentro de cincuenta años serán los criados de los alemanes, o sus perros, atados con cadenas. Esto puede ser pan de hoy y hambre para mañana.
- En Madrid, en donde reside durante más de veinte de años, ¿continúa usted sintiéndose mallorquín?
- El funcionamiento económico de Madrid, que es una gran ciudad que adoro, estaba basada en dos polos importantes: la población madrileña, la banca, la gran empresa, las compañías de seguros, etcétera que hoy siguen; y el Madrid derivado de la gran población flotante que la visitaba durante dos o tres días para arreglar cualquier cosa de tipo burocrático, puesto que todo estaba centralizado en ella. Ahora ya no hay que venir aquí para nada. Cualquier cosa se tramita en los gobiernos autónomos. Al amparo de ese segundo Madrid, había mucho teatro, mucho comercio, mucho restaurante y una vida de noche que ha desaparecido. Ha sucedido algo que está bien para el conjunto del país pero que a Madrid le ha perjudicado. Y Madrid ha pasado unos años muy difíciles. De golpe y porrazo, la economía particular se ha perdido; se han cerrado comercios, restaurantes; la pequeña industria ha tenido que evolucionar... El arte, al contrario de antes, cuando, si no se estrenaba una obra en la capital del reino, no se tenía éxito en el resto de España, ya no es tan importante. Hoy en día se estrena en Valencia, en Bilbao, y no pasa nada. Pero Madrid es un gran pueblo y puede mucho. Y aquí están estos madrileños y la gran mayoría que no lo somos, peleando por Madrid. Pero vayamos a su pregunta. Yo me siento muy madrileño y de cuna mallorquina. La prueba de ello es que he cocinado en Tokio, en Estambul y en Atenas y los platos de más éxito han sido los de clara inspiración mallorquina. Me siento muy mallorquín por la cocina, por el habla y por las buenas amistades mallorquinas que hay en Madrid. Lo único que ocurre es que mi vida se desarrolla aquí.
- Y aquí desarrolla usted sus dotes artísticas, hermanándolas con su carrera, su trayectoria personal y su labor de empresario. Sobre todo en televisión.
- La verdad es que, en 1981, yo llevaba un carrerón en Televisión. Bien es cierto que nadie me regaló nada. Entré a trabajar por mis propios esfuerzos y nunca creí que fuera un monstruo por estar en pantalla los domingos a las siete de la tarde y presentar “625 líneas”, un programa visto por veinte millones de españoles. Pero, cuando los socialistas ganaron el poder, cambió la directiva de Televisión. La nueva entró con mucho miedo de que, los que estábamos en pantalla y los que escribíamos, pudiéramos, de alguna manera, trastocar ese poder que ellos habían conseguido. Y utilizaron los comisarios políticos. Pero no iban a arruinar las arcas de la casa echándonos con indemnizaciones millonarias. Así que eligieron mandarnos a la inactividad, al “pasillo”, sin que pudiéramos hacer absolutamente nada. Sin darnos el más mínimo aliciente de un trabajo. Yo me he tirado meses sin ir a Televisión, cobrando puntualmente de ella. Y cada vez que me llegaba el sueldo a través del banco, me daba una vergüenza tremenda. Pero, a la vez, aquello era como una coz de burra.
- ¿Y los sindicatos?
- Los sindicatos no nos hacían ni puñetero caso. Estaban muy calladitos y, en esa época, nadie tenía el puesto de trabajo seguro. Mi única forma de lucha era presentarme todos los días a las nueve de la mañana en el despacho del director de personal a pedir trabajo. Hasta que, por fin, un día me dieron un destino en la gerencia de publicidad en Televisión Española Allí me encontré con un personaje nefasto, sudamericano, lleno de complejos y de lo más deleznable que se podía uno echarse a la cara, como profesional, que me prohibió hacer cualquier cosa. Llegaron a prohibirme hasta que me sentara en una mesa porque no tenía ninguna función que pudiera desempeñar. Así que me pasaba el tiempo de pie, en el pasillo. Y, en una ocasión, llegamos a las manos. Florencio Solchaga, a quien habían metido en un cuarto oscuro por el hecho de haber dado el parte médico diario de Franco, y yo, negociamos el mismo día, nuestra salida de Televisión. Cuando Florencio salió de aquel despacho estaba verde, con lágrimas que le asomaban en los ojos y una rabia contenida.
- ¿Por qué razón iban a por usted, si no estaba en contra ni a favor del PSOE?
- Porque mi imagen era conocida a través de la pantalla. Y todo lo que pudiera recordar a épocas anteriores tenía que ser apartado. Una locutora de informativos que presentaba un informativo semanal muy importante, la cual todavía está en candelero pero ya no en Televisión, llegó a decir, en el momento de oír mi voz en off: “Pero todavía hay voces del franquismo funcionando en esta casa?”
- En octubre de 1992, tras una larga y penosa lucha con toda clase de zancadillas, le dieron el finiquito ¿Cuál fue su precio?
- Zancadillas, desprecios e infructuosos años, ahogados, según explico en el libro “Arroces, experiencias y recetas varias”, en la más completa inutilidad. Me dieron doce millones. Pero yo sigo preguntándome quiénes eran aquellas personas, hombres y mujeres, nombrados jefes por el dedo de la amistad o afinidad política, aquellas personas capaces de condenar a sus semejantes al más absoluto ostracismo profesional.
Entre pucheros.
- ¿Cuál fue su nueva perspectiva en la vida?
- Mientras aguantaba todas estas dificultades, me preparaba a mi manera. Y desarrollé mi actividad entre pucheros. Abrí un local especializado en paellas para llevar. Toda la vida se me ha dado muy bien hacer la paella. Desde que era un chavalín de siete años, ya ayudaba a la abuela, que era valenciana, en estos menesteres. En mi casa, de la calle de los Olmos, teníamos un palomar y, cada domingo, sacrificábamos un pichón y, con cuatro piedras y cuatro trozos de leña, montábamos un fogón y hacíamos una paella. La cocina siempre ha sido mi fuerte. Los mallorquines somos muy dados a esto. En cada casa hay una cocinera y los mallorquines tienen mucha sensibilidad para cocinar. La buena cocina es propia de las personas sensibles. Y los mallorquines somos muy dados a la sensibilidad. Entre nosotros hay grandes pintores, grandes músicos, grandes escultores, grandes artistas y grandes cocineros. El mar, que hecho mucho de menos, así como la luna, nos influyen. Nos hace funcionar el riñón a unas horas determinadas.
- Volvamos a la sensibilidad culinaria...
- En el año 1986, como le iba diciendo, había montado, en Pozuelo, un negocio de paellas para llevar. Me di cuenta de que aquí no había nada por el estilo. Al principio, me decían que estaba loco, que el arroz se pasaba. Entonces ni existía la Tele pizza, ni la tele paella, ni tele tortilla, ni el tele pollo, ni nada por el estilo. Yo fui el primero que montó algo a raíz de un viaje a París, en donde había visto un cartel en un restaurante que decía: Plats à emporter. Lo mismo que hacían los chinos, los primeros que mandaron comida a las casas. Luego, mucho después, empezaron los italianos con las pizzas. Y ahí en medio me encontraba yo, con mis paellas para llevar.
- ¿Y tuvo usted éxito?
- No se puede imaginar lo que aquello fue. Llegué a tener una cocina con doce fuegos en batería, más los hornos correspondientes. Hacía once clases distintas, desde paellas para dos hasta para veinticinco. Y en la ejecución, manejaba al mismo tiempo veinticuatro paellas. Las primeras pruebas las hice conmigo mismo. Yo me hacía una paella, la metía en mi coche, me iba a casa pero, al llegar, aquello estaba pasado. Entonces me puse a estudiar a base de analizar la composición del arroz. Y descubrí que había un determinado producto natural que, metido en el fumet, en el caldo con el que se hacía la paella, no sólo le daba buen sabor sino que, además provocaba la fermentación del almidón que lleva el arroz en ebullición. Recuerdo que un día se presentó un señor y me dijo que era el propietario de los Burger King de toda España y que se llevaba paellas de mi casa porque no se pasaban. Quería que fuera a trabajar con él y que distribuyera paellas en los Burger King de toda España, que me daba todo el dinero que quisiera. Le contesté que quería dormir tranquilo en mi casa, con mi mujer, y morirme en mi cama.
- O sea que se negó a entregarle la fórmula del arroz que no se pasa y se quedó en donde estaba. Pero luego hizo tratos con otros empresarios.
- Abrimos un pequeño restaurante y conocí a un personaje nefasto que era un hombre cargado de millones y caí en sus manos. Su hobby y su afición secreta era estafar a la gente. Y, a medida que hacía estas estafas, se enriquecía cada vez más. En aquel momento, no me di cuenta de su trampa. Iba a ser propietario al cincuenta por ciento. Escuché los cantos de sirena y nos asociamos. En poco tiempo, montamos una fábrica de pan y dos pastelerías en las que hacía ensaimadas mallorquinas. Pero aquella asociación, que me costó dieciocho millones de pesetas gastados en maquinaria, no duró mucho. Y fue una aventura desgraciada.
Las paellas multisabores de Santamaría.
- Así que, al final, se marchó usted y abandonó a su socio.
- Lo único que él buscaba era mi patrimonio y los negocios montados con mi maquinaria en sus locales. Él continuó un par de meses hasta que tuvo que cerrar. Yo me quedé mal otra vez. Pero esta es mi vida. Además, ya había aprendido mucho, sobre todo de cocina. Hice algunos intentos de trabajar para otros empresarios de hostelería. Con uno estuve nueve meses. Pero, por lo visto, yo no he nacido para trabajar para otros. Y entonces fue cuando me quedé con este restaurante, el Cala Fornells que, en unos años, se colocó a la cabeza de muchos restaurantes de Madrid. Nuestros clientes dicen…
- ¿Qué clase de clientes?
- Se trata de gente importante, no valorada por su dinero, sino porque sabe apreciar las cosas bien hechas. Y estoy permanentemente volcado sobre mi negocio, evolucionando hacia lo que creo que tiene que ser la nueva restauración en España, que está muy atrasada. Las diferencias que existen entre nuestra restauración con la del extranjero son abismales. Por ejemplo, en el tema de la higiene, andamos muy mal. Por eso damos a conocer nuestra higiene al cliente. Nosotros enseñamos la cocina a quien desea verla. Y tenemos, en la carta, una ficha técnica en la certificamos que la gente que elabora nuestra comida está sana. Y la mantenemos en permanente vigilancia.
- De manera que se especializó en higiene y en arroces…
- Un día estaba cocinando y me entraron diez personas que ocuparon una mesa y me pidieron cinco paellas diferentes. Entonces, caí en la cuenta de que una mesa me podía hipotecar todo el local durante media hora. Y me dije que no era la velocidad lo que yo necesitaba. Ya había intentado hacer algo cuando creé las paellas para llevar, pero tenía el proyecto aparcado. Hasta que puse en marcha la “paella multisabor”, una paella con varios compartimentos estancos. Cada uno es un sabor y cada sabor es para una persona diferente. De esta manera, hice, en un solo fuego, una paella para varias personas que pedían arroces diferentes y las serví en un solo viaje. Funciona de maravilla. Y la patente, que en Japón quisieron comprarme, la tengo yo.
- Un pueblo ¿puede llegar a conocerse a través de sus platos elaborados?
- La cultura gastronómica es, en nuestro país, la gran olvidada. No se puede imaginar lo que España podría vender en el exterior a través de su cocina. Ahí tiene, por ejemplo el tema del aceite. El de Oliva, que puede desterrar las mantequillas, las margarinas y las grasas extrañas, ahora se está empezando a utilizar en Japón. La cocina española es mucho más conocida en el extranjero que en España. Ha habido turcos que me han hablado de platos españoles que yo sólo conocía de referencia a través de libros. En Atenas, me han mencionado el arroz de la tierra que, en realidad, no es arroz, sino un plato maravilloso que se hace con trigo molido en Mercadal, pequeña localidad menorquina. A través de la cocina, se puede mover tanta gente... Lo que es una barbaridad es traer turistas a España y darles bazofia. Si, además de buen sol, buena playa y buen alojamiento, les ofrecemos buena comida, los convertimos en agentes de ventas. Y si tenemos cinco millones de turistas, tenemos cinco millones de agentes de ventas. Pero este turista tiene que quedar muy contento porque el estómago es una de las principales causas por las que se puede satisfacer a una persona. Lamentablemente, estamos teniendo en contra la invasión de la comida americana.
- Dentro de la cultura gastronómica española ¿distinguiría claramente la balear?
- Por supuesto. Es una cocina muy elaborada que lleva tiempo hacerla. Yo le resto cantidad de grasa; la refino y la decoro. Hay algunos platos que me cuestan mucho disfrazar. Por ejemplo “Es Frit”. En Madrid, no he conseguirlo venderlo. Pero, el cincuenta por ciento de nuestra comida es balear. Uno de los platos más pedidos es la sobrasada asada con miel. No utilizamos casi la mantequilla, que es sustituida por el aceite de Oliva, y sí el ajo, como elemento importante, el hinojo, las hierbecitas, la salsita, los productos naturales y otros.
- El restaurante ¿es un sitio adecuado para hacer grandes... amistades?
- Por supuesto. Amistades que hay que saber colocar en su sitio. No es bueno mantenerlas con intención de derivarlas hacia otros asuntos. Porque es sólo amistad de restaurante. Yo siempre digo que tengo una taberna o una casa de comida para amigos
- ¿Conoce a otros mallorquines que vivan en Madrid?
- Los mallorquines que viven en Madrid nos integramos en la competencia. Una sana competencia, pero competencia, al fin y al cabo. Por ser mallorquines no nos juntamos más sino que nos prestamos un poco más de atención. Pero, en competencia.
Mallorca y fuera de Mallorca.
- ¿Conoce a otros mallorquines que vivan en Madrid?
- Los mallorquines que viven en Madrid nos integramos en la competencia. Una sana competencia, pero competencia, al fin y al cabo. Por ser mallorquines no nos juntamos más sino que nos prestamos un poco más de atención. Pero, en competencia.
Mallorca y fuera de Mallorca.
A sus sesenta y nueve años, Juan Santamaría, un viejo zorro en el arte de hacer arroces y presentar personajes, ha viajado con sus paellas por el mundo. Ha estado repetidas veces en Tokio, Estambul, Atenas, EEUU, enseñando cocina española y ha hecho muestras culinarias por Suiza, Nueva York y por diversos países sudamericanos. Son numerosos los webs que, en Internet, hacen alusión a sus arroces. Publicó un libro que alterna su experiencia personal con las comidas mallorquinas: “Arroces, experiencias y recetas varias. Cocina Mediterránea”. Del Mediterráneo pasó a Madrid y de éste a Salamanca.
“Madrid se me empezaba a caer encima –nos confesaba seis años después de esa primera entrevista en la que narraba su experiencia en la capital de España–. El tráfico, el exceso de población y las prisas me hacen huir de Madrid, asentándome en Salamanca, Así que, después de mi segunda separación, vendí la casa y el restaurante y decidí poner tierra por medio, instalándome en Salamanca, en donde abrí mi restaurante Cala Fornells”. Presume de tener amigos en las cocinas de medio mundo. Allí abre, en enero del 2008, “El Andamio Producciones Teatrales, S. L.” Y en él, estrena “Cosas de la edad tardía”, que interpreta y pone en marcha en diversas localidades. Escribe asimismo “La verdadera fortuna” y “Cualquiera… por ejemplo, tú”. En el 2010, recibe el Premio Hostelería. Terminamos hoy con las últimas preguntas que le hicimos cuando aún vivía en Madrid.
- ¿Vuelve de vez en cuando a Mallorca?
- Poco porque, cuando vuelvo, me encuentro a disgusto, no con la tierra y con la gente, sino con los no mallorquines que me tratan como a un turista. Me encuentro a disgusto porque allí no como bien, porque se está perdiendo la cocina mallorquina y porque se me han muerto los viejos. Por lo tanto, si no es para visitar el cementerio... Y, la verdad, no me apetece. Allí me quedan dos hijos y una nieta. Pero ellos también vienen y nos relacionamos mucho. Tengo también grandes amigos que lo mismo podrían ser sevillanos, extremeños o canarios. No lo reduzco todo al mallorquinismo. Para mí hay otras muchas cosas por encima de éste.
- ¿Hay otras muchas otras cosas por encima de Mallorca?
- Lo que hay que hacer es salir de Mallorca para poder compararla y, si la comparación es favorable a la isla, quererla y amarla un poco más. Pero salir también con la mente abierta para poder captar otros lugares, otras culturas, otros pueblos y otras gentes, aparte de Mallorca. Un día regresaba de Ibiza a Mallorca y, en el trayecto del avión al aeropuerto, se juntaron varios mallorquines. Uno de ellos decía a otro: “Au, ja hem arribat”. Y el otro le contestaba con una aspiración: “Síí. Es guapa Eivissa –insistía el primero–, pero Mallorca es Mallorca, ¿eh?”. Y el otro repetía, convencido: “Síííííí....” Cualquier hubiera dicho que veníamos del Canadá o de Australia. El mundo es muy grande, Mallorca es maravillosa y yo admiro a la gente mallorquina, pero nunca he tenido esa cerrazón, ese impedimento de reconocer lo bello que hay más allá. El mallorquín viaja mucho pero con espíritu negativo. Cuando sube al avión o viaja a algún lugar, por lo general, va previamente convencido de que lo que va a ver es inferior en calidad, en hermosura, a lo que está dejando atrás. Y, cuando lleva tres o cuatro días fuera de su “roqueta”, ya tiene ansias de volver. Muchos de ellos están tan encerrados y embebidos en sí mismos que no se dan cuenta de las maravillosas oportunidades que pierden fuera de Mallorca y que salir de la isla no significa renegar de Mallorca, sino engrandecer el espíritu, el conocimiento, las amistades, la cultura, y descubrir otras cosas.
- ¿Por qué el mallorquín tiene tanto miedo de volver sin pasta a su isla?
- Por el qué dirán. Después de una aventura en el exterior, no puede permitirse regresar fracasado. Es algo que le destrozaría. Por eso trabaja más que nadie, agudiza el ingenio, elabora las cosas más insospechadas, hace lo que sea necesario, y, por lo tanto, triunfa. Todos los mallorquines que yo conozco en Madrid tienen dinero.
- Cuando muera, ¿le gustaría que le enterraran en la isla?
- A mí no me van a enterrar, sino a incinerar. Y la fantasía me hace decir que me gustaría que esas cenizas fueran esparcidas en aguas de las Baleares.
(Próximamente: Bernardo Rabassa Asenjo.)
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