- ¿Nota usted los cambios habidos desde que abandonó la isla?
- Por supuesto. Mis relaciones en Formentera se limitan a mi familia. En cuanto al resto de la gente ya no sé cuál es el comportamiento que siguen. Me imagino que las tradiciones siguen existiendo. Pero yo creo que la gente algo ha evolucionado. Algunos, si no están bien con sus parejas, se divorcian y esas cosas se van viendo cada vez con más frecuencia. Pero lo peor que encuentro es el medio ambiente. Hay muchísima más gente, sobre todo en verano. Cinco o seis veces más que cuando yo vivía allí. Y las casas están muy desperdigadas en chalets aislados. La mayoría de la gente ha vendido sus terrenos y está todo en manos de los alemanes que no se mezclan con los isleños. Ahora empiezan a ir los italianos. Yo recuerdo que el 12 de octubre, que es la fiesta del Pilar, íbamos todos con la comida a La Mola, que es la parte más alta de la isla. Comíamos en el bosque y no dejábamos absolutamente nada en el suelo. Se tenía un respeto por lo ajeno. Más que el que tenemos en Madrid. Pero eso hoy ha desaparecido. Ahora está la isla más sucia. Y la gente no está preparada para ello. No ven el pasado mañana. Sólo el hoy.
- Durante la Guerra Civil fue tristemente famoso el campo de concentración que estaba a la salida de La Savina.
- Allí estuvieron detenidos muchos presos hasta después de la guerra. Había un barracón o dos y unas paredes que lo circulaban. Parte del mismo es de un señor que lo intenta vender, pero nadie lo compra por el hecho de que allí murió mucha gente.
- ¿Y no tiene miedo de que un día, cuando regrese a su isla, se la encuentre en posesión de los alemanes?
- Existe una contradicción que llevo fatal: de un lado, la gente intenta mantener las costumbres de la isla; del otro, la mayor parte de la isla está vendida. Yo entiendo que, en cada sociedad, hay cosas buenas y cosas malas y hay que coger lo bueno de cada sitio y desechar lo que puede no gustarte por tus ideales o tu forma de ser. Pero hay mucha isla vendida. Y zonas a las que ni voy, como Punta Prima, bloques de apartamentos de lujos, Mariland, en donde hay un hotel con forma de una caja de cerillas. Yo creo que, antes de crear nuevos hoteles, se deberían acondicionar y reestructurar los que hay, pero esto cuesta mucho dinero y prefieren hacer nuevos.
- ¿Qué hará cuando se jubile: quedarse en Madrid o volver a Formentera?
- No lo sé. No me lo he planteado todavía. No sé cuál va a ser mi futuro. Pero no me importaría volver a la isla.
- ¿Volverá a ella cuando muera?
- Me es indiferente. Al fin y al cabo, una se convierte en un cuerpo inerte. No tengo ninguna prisa ni necesidad de que me entierren ahí. Me identifico más con cualquier mar que con una isla.
(Próximamente: José Torres Riera, ingeniero de telecomunicación)
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